FÉLIX OLIVERA, UN REPORTERO CON MEMORIAS
Su sencillez era tan proverbial como su capacidad de recordar pasajes de la historia no muy escrita de esa época neocolonizada con la que dio al traste la Revolución en Cuba.
Su sencillez era tan proverbial como su capacidad de recordar pasajes de la historia no muy escrita de esa época neocolonizada con la que dio al traste la Revolución en Cuba.
De niño, Julio Verne fue mi primer autor preferido, desplazando los comics de aventuras que por entonces pululaban en los estanquillos y eran mis lecturas extra docentes predilectas. Luego vendrían muchos otros escritores de ciencia-ficción, incluyendo Ray Bradbury y su El hombre ilustrado e Issac Asimov y sus tres leyes de la robótica y los imperios intergalácticos.
Ante los volúmenes inconmensurables de información, opiniones y análisis, de toda índole y en todos los campos, que atiborran toda clase de medios y plataformas se hace cada vez más imprescindible, vital, la realización de un periodismo inteligente para que la verdad se abra paso en la tan enmarañada y gigantesca red que tejen los poderes mediáticos hegemónicos.
Por estos días de inicios de junio recuerdo que hace ahora 54 años se gestaba una decisión que resultó trascendental para mi vida, definitoria de
Algo temen quienes en el llamado “mundo occidental” trabajan en la creación y expansión multidimensional de la llamada “Inteligencia Artificial” (IA) cuando piden mecanismos de control, supervisión y hasta eventuales sanciones por su mal uso.
Su desaparición física, cuando pensábamos que estaba en recuperación, nos privó de festejar con este jaranero, dinámico y legendario reportero fílmico su muy bien merecido Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida, recién concedido.
No basta son ser veraz, bienintencionado, claro, preciso e incluso sensatamente crítico para que el periodismo cubano venza los desafíos que la guerra mediática que se le impone a su país por proclamar –e intentar desde hace más de seis décadas- hacer del socialista un camino socialmente justo y humanamente gratificante.
La algarabía juvenil, el abrazo familiar y Fidel quedaron en mi memoria para siempre aquel 14 de mayo de 1961.