
MEMORIAS DE UNA CORRESPONSAL DE PRENSA LATINA EN HUNGRÍA
Un día, en la década de los 80 del pasado siglo, llegué a Budapest, la bella capital de Hungría, para asumir la jefatura de la corresponsalía de Prensa Latina
Un día, en la década de los 80 del pasado siglo, llegué a Budapest, la bella capital de Hungría, para asumir la jefatura de la corresponsalía de Prensa Latina
Aunque nos sentimos filiados de una organización que nunca torció el camino confirmado en sus 60 años del batallar, a veces dejamos de mirar que en su interior se ocultan recorridos que marcaron páginas históricas en los momentos más difíciles que ha tenido la Revolución
Aún sin cumplir el primer año como corresponsal de Prensa Latina en la República Democrática Alemana, una llamada matutina de un funcionario de la cancillería de ese país a mi oficina en Berlín me puso en guardia: “José, ¿sabes algo de una visita muy importante mañana?”
En 1973, partí hacia Argelia al cumplirse un año de la visita de Fidel a ese país del norte africano en representación de la Unión de Periodistas de Cuba y en 1983, fui nombrado corresponsal de Prensa Latina para Indochina.
En días recientes, mis recuerdos y pensamientos han remontado cinco décadas atrás, para traer al presente la fecha del 11 de septiembre de 1973, cuando un golpe de Estado encabezado por el general Augusto Pinochet, provocó la muerte del presidente constitucional de Chile, Salvador Allende.
Ochenta años de edad cumplió mi hermano mayor Arnaldo Santos. Lo recuerdo desde muchacho con una camarita de aficionados retratando a la familia. Era un camino avisado.
A veces da hasta risa como, cuando somos jóvenes, pensamos que tenemos capturado un tiburón cuando se trata de una pequeña sardina.
Las intervenciones de los psicólogos levantaban la autoestima y cambiaban para bien la vida de los oyentes. Se producía entonces, entre ellos, una relación biunívoca que solo originaba placer y satisfacción.
El fue el encargado de mostrar con un pie de foto que me identificaba, (y el tabloide Mella el soporte periodístico) a aquel muchachón de 16 años que encestaba una canasta en un partido de baloncesto del campeonato del Plan de Becas, camino a lo que serían los Primeros Juegos Escolares.
Una noche hace ya mucho tiempo, saliendo del Instituto de La Habana con un amigo, atravesé el Parque Central, con la idea de comernos un arroz frito en una fonda de chinos que había enfrente y que se llamaba Honolulu. Teníamos un peso. Pero con eso alcanzaba para los dos si pedíamos un arroz frito sencillo, porque también lo había especial y hasta ahí no llegábamos.
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