SOY VALIENTE GRACIAS A JORGE VALIENTE
Jorge Valiente

A veces da hasta risa como, cuando somos jóvenes, pensamos que tenemos capturado un tiburón cuando se trata de una pequeña sardina. O lo que es lo mismo: creemos ser los mejores periodistas luego de seis meses de graduados, y los más osados hasta discuten con el experimentado jefe de una redacción con 30 años de experiencia en este juego de escribir para llegar al corazón de un lector, sea cubano o extranjero.

Cuando me gradué con 22 años me asignaron en el periódico Granma, donde conocí a profesionales de alta gama, a quienes recuerdo todavía con alegría, pues en ese colectivo de gente madura predominaba un sentido de pertenencia y un amor por el periodismo que raya en lo increíble. No había días, ni horas, ni prejuicios, ni piñitas, ni ningún lastre que impidiera la realización de un periodismo que, como decía el capitán Jorge Enrique Mendoza, su director “no será el mejor del mundo, pero no le causa problemas a la Revolución”. Algo discutible, quizás, pero que abrazamos como principio en una etapa de sobrevivencia de nuestro proyecto social. 

Solo un “come mundo” acabado de salir de las aulas no comprende que solo los más experimentados pueden enseñarnos los secretos del oficio y las habilidades que, con los años, te convierten en un buen profesional.

De aquellos tiempos es esta anécdota que, en su momento, me hizo entender que un periodista nunca se detiene ante un obstáculo por muy difícil que sea la situación que se presente. Lo primero es cumplir con nuestro medio de prensa, el que confió en nosotros al designarnos para un trabajo.

Un día me asignan un reportaje con los pescadores de La Coloma. Y antes de partir, mi amiga y profesora en la redacción, la nunca olvidada Mirta Rodríguez Calderón, me aconsejó: ¨pregunta y pregunta y pregunta. Luego vemos qué sale¨, pues redactar una buena nota podía ser una odisea.

En esa aventura marinera iba acompañada de quien luego sería un entrañable amigo, el fotógrafo Jorge Valiente, una de las mejores cámaras que ha tenido Granma y un ser amable que se convirtió en una guía profesional en ese momento y después.

Las ilusiones de mi futuro reportaje se hicieron añicos cuando al llegar a la empresa pesquera dijeron que el barco donde iban los posibles entrevistados, ya se había hecho a la mar. Si el corazón tiene alas, como se dice, las mías cayeron en ese momento.

-“Y ahora qué, le digo a Valiente, ¿nos vamos? “, viéndome de vuelta a La Habana, decepcionada y sin mi reportaje. 

Aquel joven trigueño, de ademanes suaves, pero ya cujeado en sortear obstáculos me responde: “De eso nada, vamos al puesto de la Marina de Guerra a ver como alcanzamos a esa gente”. Y agarró maletines y cámaras y allá fuimos. La solidaridad de los marineros y sus jefes fue inmediata. El estómago se me movía arriba y abajo cuando traspuse el umbral de la embarcación de guerra, que de manera rápida y segura nos dejó en manos de los hombres de La Coloma, ya en alta mar.

El traslado fue rápido. Como saetas brincamos de una lancha rápida y segura a un barco que me pareció un bote grande con tres tripulantes y un capitán, quien, como lo más natural del mundo, nos recibió con un “por fin llegaron”.

Pasamos tres días entre los vaivenes de las olas, la alegría por la pesca, los cuentos, las comidas solo a base de pescados. Anécdotas maravillosas.

Ya de regreso, sujeta al mástil de la pequeña nave, sentí el aire en el rostro y a mi lado un Valiente risueño, feliz por el resultado del trabajo. La pregunta se imponía: “¿Aprendiste algo bueno en este viaje?”. Mi respuesta, llena de humildad, fue: Hermano, me enseñaste una lección para toda la vida. A esta pichón de periodista no la detiene nadie para cumplir con su deber. Y así fue. 

Gracias a esa enseñanza jamás me he detenido ante nadie. Conmigo no han podido los burócratas, los jefes equivocados, la entrevista considerada imposible, un barco desvencijado, un avión antiquísimo volando sobre Los Andes, un ataque a tiros en plena calle, una prisión en tierra ajena.

Siempre recuerdo ese primer reportaje y a mi querido Valiente, mi amigo, mi profesor, mi compañero de andanzas en Granma.

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