MEMORIAS DE UNA CORRESPONSAL DE PRENSA LATINA EN HUNGRÍA
Hungria

Un día, en la década de los 80 del pasado siglo, llegué a Budapest, la bella capital de Hungría, para asumir la jefatura de la corresponsalía de Prensa Latina (PL).

Era la época otoñal, porque allí sí se observan las cuatro estaciones del clima, por lo cual me encontré con un cielo totalmente nublado, las hojas de los árboles de color dorado, tapizaban las aceras, en la muda propia de esa etapa; una temperatura ya bastante fría, declinando la tarde muy temprano hacia la noche, pues las horas del día se acortaban cada vez más, preparándose para recibir el invierno, cuando a las tres de la tarde ya está oscuro. 

Ese contraste me impactó bastante, pues había dejado atrás días con un sol radiante y abundante calor, pues en Cuba siempre hay un «eterno verano», como dice el refrán, por lo que todo aquel ambiente y el cambio de horario me resultaban ajenos a todo lo que conocía anteriormente.

Pero estos detalles no eran solamente los aspectos diferentes que debía enfrentar como periodista. Mi carrera la había iniciado en la redacción del cono sur de América, en la época de las dictaduras militares en Chile, Argentina, Uruguay y Bolivia; había estado en las corresponsalías de Angola, México y Panamá, pero nunca en la Europa del llamado «socialismo real», con un idioma que los propios húngaros dicen que «lo inventó el diablo un día que estaba borracho».

Por si todo esto fuera poco, las informaciones las redactaba primero en una antigua máquina de escribir y después las escribía en la cinta de un teletipo. Sí, porque fui una corresponsal mujer que manejó un equipo hoy museable, pues en aquellos años todavía la prensa cubana y creo que toda Cuba, estaba aún lejana de la era digital.

El timbre del teletipo sonaba casi constantemente, con solicitudes de distintos trabajos periodísticos, desde la redacción Europa de PL aquí en La Habana.

Otros de mis retos, quizás el más importante y complicado, fue cubrir informativamente las elecciones generales, tras las cuales Hungría pasó del socialismo al capitalismo, con toda la complejidad que eso representa, cuidando el matiz de las informaciones y con un caudalinmenso de materiales que enviar a la central de PL, a cualquier hora del día o de la noche, según lo requería la situación.

No obstante todas las dificultades que tuve que enfrentar, el balance de mi trabajo fue positivo, no porque lo diga yo, sino porque así fue considerado por la dirección de Prensa Latina y la propia embajada de Cuba en Hungría, que siguió paso a paso mi labor al frente de la corresponsalía.

Para mí fue muy emotivo que, la agencia informativa homóloga de PL en ese país centro europeo, nombrada MTI, me hiciera una gran despedida al terminar mi misión allí y elogiara la labor periodística desarrollada allí durante poco más de cuatro años.

Ya han transcurrido algo más de tres décadas que dejé Budapest y aún guardo el vivo recuerdo de esa encantadora ciudad, llamada «el pequeño París» por su semejanza con la «ciudad luz». La modernidad de Pest, contrasta con la antigua Buda, las dos partes que dan nombre a la capital magyar. Acariciada por las aguas del Danubio, único río de Europa que corre por ocho países del continente y tres capitales, siendo Budapest la metrópoli que se halla en el centro de ese recorrido fluvial.

Pero sin dudas, los que hayan visitado esa ciudad, coincidirán conmigo en que el rasgo más sobresaliente, que le aportan majestuosidad y belleza son ocho gigantes metálicos que enlazan a Buda y Pest, a un lado y otro del Danubio, seis de ellos destinados al gran tráfico urbano y otros dos que sirven al transporte ferroviario, en el norte y sur de la capital.

Son los llamados «puentes de Budapest», nombrados ya así con nombres propios, Al contemplarlos, impasibles, esbeltos, inconmovibles, sobre sus pesadas estructuras de acero y sólidos soportes de hormigón, reposando sobre las aguas del río, resulta difícil creer que hubo una época en que Budapest, se quedó sin ellos, cuando las bombas nazis, en el invierno de 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, los destruyeron totalmente impidiendo la huida de las tropas hitlerianas hacia occidente, ante el avance del ejército soviético.

En el panorama del presente ya los puentes parecen desmentir aquella destrucción. Su restauración los muestra tanto o más exuberantes y majestuosos que antaño, haciendo de Budapest una ciudad de ensueño, quizás única por la distinción y exclusividad que leaportan sus «Joyas sobre el Danubio», como los llamé en un reportaje.

Cuando llegué a Hungría, me sentí como «un pez fuera del agua», por estar frente a una temática periodística distinta a la que había venido trabajando; ante un clima para nada parecido al de mi país; por un idioma que como también dicen los húngaros «se queda en el aeropuerto» cuando te marchas.

Sin embargo, al regresar traje conmigo el recuerdo de toda esa hermosa capital; del trato con personas amables, parecidas a los cubanos en su carácter y rasgos físicos y hasta en la forma de tomar café: en tazas pequeñas. Pero sobre todo agradecí el poder haber sido nombrada corresponsal en aquel país, que me permitió crecer profesionalmente y como ser humano.

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