3ra Edición

2da Temporada

HECHO EN CUBA

La marca de la cultura cubana en cualquiera de sus productos, constituye un orgullo para todos los cubanos y cubanas. Es el paso adelante que requiere, ahora mismo, el proyecto de desarrollo económico y social al que aspiramos; la estrategia aprobada por las instancias políticas y gubernamentales del país en base al consenso y respaldo popular.

Pero, hacer de esto una realidad que se pueda tocar con la mano supone, entre otros requisitos, sembrar, cultivar, en una parte de nuestra población (que, como simple observadora, no puedo cuantificar), usos, hábitos y costumbres que van desde lo ignorado hasta lo rechazado socialmente, en forma abierta o sutil. Expondré algunas de mis reflexiones al respecto.

Empecemos por la disciplina, elemento básico para el desarrollo humano, económico, social, político, cultural, etc., a cualquier escala en que nos propongamos alcanzarlo. La epidemia de la covid-19 ha demostrado cuán falibles somos los cubanos para cumplir algunas normas sociales poco placenteras, aunque imprescindibles en torno al autocuidado, la protección familiar y de nuestra comunidad en general, para evitar el contagio de esta infección, causa de dolorosas afectaciones, graves secuelas y, en algunos casos de la muerte del paciente.

En mi opinión, más que la percepción del riesgo de la peligrosa enfermedad, fue, sobre todo, el temor a las altas y rigurosas multas lo que obligó a una parte de la ciudadanía al uso correcto del nasobuco, en primer lugar. Posiblemente, la restricción de los horarios de transportación y de los movimientos nocturnos se aceptó por motivos similares. Desde mi barrio, Ampliación de Almendares, pude verificar el cambio ocurrido en el vecindario. Fue la coerción económica lo que definitivamente obligó al acatamiento de la ley sanitaria entre los adolescentes y adultos jóvenes, en especial, a pesar de la excelente labor comunicativa y científico cultural del doctor Francisco Durán García. Se jugaba (¿?) irresponsablemente a desafiar el virus.

La disciplina concebida como la “capacidad del carácter para controlar los impulsos, en especial los que apartan de una meta ardua o inclinan a un goce inmediato”, según la Sicología, es parte de la educación del individuo para su interacción con la sociedad. Sabemos que no nace con él o ella, ni es una conducta espontánea. Debe ser inculcada a edad muy temprana, por padre y madre, en el seno de la familia. Después, debe ser una exigencia ética permanente, dentro y fuera del hogar, en todos los grados de la educación escolar, inclusive en la inserción de la persona en el centro laboral adonde fuese destinado.

Esto nos lleva de la mano a reflexionar acerca de la disciplina laboral en sus distintas formas, que incluye, además del horario, el más riguroso conocimiento y cumplimiento de los procedimientos establecidos para obtener resultados óptimos en la actividad de que se trate. Las relaciones interpersonales entre las autoridades del centro de trabajo y los subordinados, la modestia, el empeño en la autosuperación, la sinceridad de la crítica y la correspondiente autocrítica ante errores de cualquier índole y la responsabilidad consciente de nuestras decisiones y conducta correcta, todos ellos son elementos a valorar sistemáticamente para la promoción o democión del trabajador y de los jefes, sin excepción. Así lo establecen nuestras leyes, no estoy aportando algo nuevo. No obstante, ¿se cumple, se controla y comprueba sistemáticamente en los resultados obtenidos en todas las actividades económicas, sociales, culturales…? ¿De dónde salen la chapucería, el mal trato, el incumplimiento y sobre todo, la indisciplina?

El trabajo hace al hombre y a la mujer una parte importante del desarrollo económico y social, eso dicen los filósofos, economistas, sociólogos… La cultura del trabajo se expresa en valores económicos, científico-tecnológicos, ideológicos, morales y estéticos (recuerdo el documental “Estética” de Enrique Colina), que rodean y sustentan al trabajador o trabajadora, por sencilla o compleja que sea la índole de sus tareas, de su dedicación manual o intelectual.

Una imagen imborrable de mi infancia fue la disciplina y responsabilidad de mi padre ante sus deberes familiares y como un humilde empleado público. Lo distinguían su porte muy pulcro, en verano o invierno, y la conciencia de la utilidad del servicio que realizaba. Fue hijo de tabaquero y de una madre con cinco niños, ama de casa y trabajadora (escogedora de hojas de tabaco). La separación de sus padres comprometió su instrucción primaria, solamente terminó el segundo grado, pues tuvo la necesidad de trabajar desde los 8 años para aportar a la economía hogareña.

Aun así, fue constante su interés por la lectura de buenos libros. Siguió el modelo del lector de tabaquería donde trabajaba su progenitora; con frecuencia nos leía, en voz alta, obras clásicas cuando mi hermana y yo éramos niñas. Este sano ejercicio en familia, contribuyó igualmente a su formación autodidacta. Su lema personal era: “Honrados, dignos, limpios y decentes”. Lo escuché reiteradamente, se impregnó profundamente en mi consciencia infantil; me comprometí con esos valores por siempre. Ejemplo reforzado por mis maestras, devotas martianas, en la enseñanza primaria y secundaria (aclaro siempre estudié en las escuelas públicas, en barrios habaneros de gentes pobres).

La Historia de Cuba nos enseña el camino azaroso de su primer medio milenio, épocas colonial y republicana (neocolonial / revolucionaria), recorrido por un pueblo y una cultura cubana que todavía cuece sus múltiples ingredientes fundamentales; de tal forma puedo decir, que aún el proceso de consolidación de nuestra identidad nacional y cultural está en pleno desarrollo. Hacemos el país, día a día.

El momento actual, nos convoca a sumar los esfuerzos individuales, pensar como país, en un proyecto de socialismo cubano, “Hecho en Cuba”, de acuerdo con nuestras esencias históricas, intereses e infinitas potencialidades. En seis décadas, poco más de la mitad del tiempo que abarca hasta ahora la época republicana (1902-2020), los avances efectuados en la educación, la salud, la cultura literaria y artística, el deporte y la ciencia, han echado cimientos muy firmes para sostener la edificación o arquitectura de nuestro desarrollo económico, social, humano… presente y futuro.

Internacionalmente se incrementa el prestigio de los cubanos y cubanas, a contrapelo de los peores deseos y continuos ataques de la potencia enemiga que nos asedia. Cuba socialista ha creado y acumulado en la etapa de la Revolución cubana (1959- ) recursos humanos que no se pueden ignorar, relegar, ni dilapidar. El futuro depende de su correcta administración y óptima utilización. También, del modelo, o, mejor, de los modelos de vida adecuados, dignos, que seamos capaces de concretar realistamente, teniendo en cuenta las características particulares del contexto histórico en que nos desenvolvemos, tanto como de los límites de los recursos de nuestro Archipiélago y de su estructura económica y social actual. En esa dirección van los Lineamientos y la Estrategia económica y social, la nueva Constitución de la República, y las nuevas leyes aprobadas, indisolublemente todos vinculados entre sí. Los necesitamos en la práctica social diaria, en el “socialismo real”.

El historiador cubano Ramiro Guerra y Sánchez, en 1944, desde la perspectiva del capitalismo dependiente y subdesarrollado, después de un agudo análisis de la producción cubana, publicó un ensayo –cuya lectura siempre recomiendo– en el cual definió una interesante “Ley de lo pasado y lo presente; ley de lo futuro”. En ella afirmó: Los progresos de orden material que realiza el pueblo cubano, se traducen constante e indefectiblemente en la necesidad de nuevos acrecentamientos en la producción para la exportación. Hay que cubrir con ésta el costo de los nuevos artículos que nos permiten marcar el paso con los progresos de la ciencia, la tecnología y la industria en el extranjero, sin que nos sea posible dar marcha atrás a menos de colocarnos en un plano de retrogradación y decadencia. Los hechos se producen unos tras otros, y el efecto de los mismos sobre nuestra economía y las condiciones de vida del país se hacen sentir profunda e inexorablemente. (Guerra: Filosofía de la Producción Cubana Agrícola e Industrial, Cultural S.A., La Habana, Cuba, 1944, pp. 214, cita: p.19)

Podemos concluir, por el momento, que “Hecho en Cuba” es una marca que ya se visualiza, desde dentro y fuera, ciertamente. Aunque, precisamente por ello, sigue exigiendo de todos y todas la mayor atención, discernimiento y previsión para alcanzar todos los éxitos deseados.