CON EL ÚLTIMO SOLDADO DE SANDINO

Concluida la Reunión de Cancilleres de los no Alineados en Managua, en enero de 1983, el capitán del Ejército Sandinista, Roberto Sánchez, me llamó al hotel y me dijo: dice Tomás (Borge) que no te vas mañana para La Habana, ve para la oficina de Prensa Latina.

Cumplí lo orientado y al otro día en la noche me informó que me recogerían temprano en la mañana. Mi intriga era mayor pues no sabía nada de nada.

Abordé una de las dos camionetas todo terreno en el asiento trasero, bordeado por dos uniformados con fusiles, lo que hacía más incómodo el viaje. Delante junto al chofer un hombre con casi 80 años, muy blanco y alto, con un pequeño sombrero: era el escritor y periodista inglés, Graham Greene.

Pasamos Matagalpa y continuó el ascenso. Las montañas y los árboles negaban la llegada del vespertino y las detonaciones de morteros indicaban que estábamos en zona de guerra.

Finalmente llegamos a una casa de madera y techo de zinc. entre San Pedro y Somotillo a unos siete kilómetros de la frontera con Honduras, donde había varios niños y combatientes, al mando del comandante Pichardo, jefe de la zona militar de Chinandega. 

Tras una breve explicación del lugar fuimos hasta la sombra de un árbol que cobijaba a un hombre de casi 90 años. De mirada aguda, con gorra y uniforme de camuflaje, parecía un alambre tenso en espera del interrogatorio.

Se le explicó que éramos tres extranjeros y dos nicas, escritores y periodistas, que queríamos conocer su vida, dijo el poeta nicaragüense Luis Rocha.

Graham Greene preguntó su nombre y de los combates junto a Augusto Cesar Sandino. Eso fue hace casi 60 años, señaló el interrogado, quien dijo llamarse Ramón Brionis y para que no le adjudicaran condición de lugarteniente dijo: el peleaba por aquí y yo por allá.

Hablaba menos que lo necesario tras su larga vida entre guerras y clandestinaje en las montañas. Su mirada trataba penetrar nuestros pensamientos. Era hermético para dar información.

José de Jesús Martínez (Chucho), premio Casa de las América 1987, por su librpMi General Torrijos, preguntó por el arma que usó y los combates. Las acciones no recuerdo, fueron muchas, el más duro fue en Estelí y mi arma una escopeta calibre 12 de dos cañones con perdigones.

Al responderle al periodista nicaragüense Luís Duarte sobre donde nació y su adolescencia, Ramón dijo otro nombre, tal vez sin querer mentir, sino porque lo adoptó por muchos años.

Graham Greene no tomó nota en ningún momento ni esgrimió un bolígrafo. Confió en su memoria de elefante, apoyado tal vez por los entrenamientos que le dio su hermana Elisabeth, con altas responsabilidades en el M 16, de los servicios de inteligencia británicos, con los cuales colaboró el escritor por muchos años.

Ese don le valió para escribir su primer éxito, El tren de Estambul (1932) a los que siguieron El poder y la gloria, Un americano impasible y Un hombre en La Habana, entre otros libros. Por esta obra Fidel Castro le ofreció una pintura que exhibiría después en su casa de descanso francesa, donde murió de leucemia el 3 de abril de 1991.

Se ha escrito también sobre el apoyo del escritor con mantas y abrigos, para los guerrilleros de la Sierra Maestra que combatían contra la dictadura de Fulgencio Batista.

Londres lo galardonó con la Orden de Mérito de Reino Unido y en Managua recibió de manos de Daniel Ortega, la Orden Rubén Darío, máxima condecoración cultural nicaragüense.

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