Una noche hace ya mucho tiempo, saliendo del Instituto de La Habana con un amigo, atravesé el Parque Central, con la idea de comernos un arroz frito en una fonda de chinos que había enfrente y que se llamaba Honolulu. Teníamos un peso. Pero con eso alcanzaba para los dos si pedíamos un arroz frito sencillo, porque también lo había especial y hasta ahí no llegábamos.
En ese trayecto vimos a un hombre moviendo unas carretillas con esculturas encima, él había inventado un sistema constituido por una base con cuatro ruedas y encima la obra. Era una exposición rodante que podía colocarse en cualquier lugar.
La primera impresión que tuvimos del hombre de la carretilla y de los jóvenes que lo acompañaban rodando otras, es que era un grupo de gentes que no andaba bien de la cabeza. No tengo la fecha precisa, pero supongo que eso sucedió en 1959 y no estábamos acostumbrados, como hoy, a esas cosas.
El loco y los supuestos loquitos, acomodaron las esculturas en la plazoleta que hay delante de la estatua de José Martí y la gente comenzó a acercarse. Antes de irnos a la fonda Honolulu, supimos que aquel hombre era un artista plástico que se llamaba José Delarra y que los loquitos eran sus alumnos en la Escuela de San Alejandro, que para ese entonces estaba en su lugar de fundación: Dragones entre San Nicolás y Rayo, desde donde habían venido arrastrando las esculturas hechas por su profesor.
Muchos años después un gran hombre de Cuba dijo algo así como que al pueblo se asciende. Yo lo sabía desde ese día en que vi a Delarra arrastrando aquellas carretillas. Él entendió profundamente el arte de tema revolucionario. Es decir, aquel que es explícito en su definición ideológica y de apoyo a un proceso social.
Aunque vale la pena recordar al Marx joven cuando explicaba que ideología era: «visión falseada de la realidad». En términos menos alemanes: no como es sino como queremos que sea. Delarra no sólo fue un artista, también tuvo una gran participación personal en la política de la Revolución. No se puede negar que su manera de hacer y entender el arte también se lo propició.
Algunos han visto su labor marcada por el utilitarismo ideológico y conceptualmente lejos de la modernidad que ya se hizo visible en su época y antes de ella. No es menos cierto que hay un estilo de raigambre académica en su obra. Pero es innegable que es obra de absoluta maestría. Sus relieves y esculturas muestran el profundo dominio de la técnica, también la especial pasión que sentía por lo que estaba haciendo. No era ni arribista ni oportunista, simplemente estaba enamorado.
Su busto de Martí, es obra de lujo, si de expresar determinación se trata. Su estatua del Che, centro del monumento de Santa Clara, provoca cercanía, olor, consideración al monte donde el héroe se hizo imprescindible y adquirió su figura. Delarra es, entre tantos, artista de una época en debate. Debemos hacer porque triunfe la luz.