El programa de actividades del reciente XI Congreso de la UPEC, desde su convocatoria hasta la clausura, propició un inspirador ambiente intergeneracional.
Ello no resultaba extraño a las tradiciones de la organización, que en su máxima instancia esta vez unió a participantes que podían tener hasta cinco veces la edad de otros.
Delegados del Grupo Asesor, delegación de base que agrupa a los periodistas jubilados de los medios nacionales, expresaron sus opiniones y experiencias sobre las realidades del periodismo de estos días y la importancia de unir y utilizar la fuerza que representan.
También los jóvenes presentes, incluidos alumnos de la carrera de Periodismo, concordaban asintiendo acerca de conceptos y apreciaciones en temas relacionados con el presente y el futuro de la profesión con posiciones muy claras acompañadas de hechos.
Podría afirmarse que fue un congreso con el ímpetu juvenil y la madurez de la experiencia, realidad que se irá acentuando en la misma dimensión que unos afiliados vivan más años, y otros dispongan de conocimientos más actualizados y experiencias en el duro ejercicio cotidiano.
Pero, por otra parte, más que en la edad, influye el saber interpretar el carácter, aspiraciones y necesidades de los jóvenes. Si vemos, por ejemplo, en el momento de asumir respectivamente el cargo de Presidente nacional el de menos edad fue Ernesto Vera y el de más años el actual Ricardo Ronquillo.
El primero promovió la apertura del Departamento de Periodismo en la Universidad de La Habana, comprendiendo la importancia estratégica de asegurar la pujanza de los jóvenes en el sector; mientras el segundo, surgido de las aulas universitarias, posee una particular conexión con ellos.
Recordemos también que Ronquillo y Rosa Míriam Elizalde, reclutaron un grupo pequeño de jóvenes recién graduados que, como pelotón suicida, sin almuerzo, salario y grandes obstáculos, saltaban muros en el objetivo de ganar tiempo en la modernización tecnológica y visual de la organización y conquistar poder en las audiencias internas y externas.
Ineludible el recuerdo de Guillermo Cabrera, cuya vida, su palabra y también su muerte no podrían separarse de su permanente comunión con los jóvenes.
En este tipo de análisis vienen a mi mente siempre las palabras de Fidel en la Sesión Constitutiva de la Asamblea Nacional el 2 de diciembre de 1976, cuando ya el experimentado líder y estadista, que recién había cumplido los 50 años, traspasaba al nuevo órgano las funciones legislativas que el Gobierno Revolucionario había ejercido durante casi dos décadas.
”Soy un incansable crítico de nuestra propia obra ─dijo allí─. Todo pudimos haberlo hecho mejor desde el Moncada hasta hoy. La luz que nos indica cuál pudo haber sido la mejor variante en cada caso es la experiencia, pero ella desgraciadamente no la poseen los jóvenes que se inician en el duro y difícil camino de la Revolución. Sirva esta, sin embargo, para aprender que no somos sabios y que ante cada decisión puede haber tal vez alguna superior.
“Ustedes, con cariño extraordinario, atribuyen a sus dirigentes grandes méritos. Yo sé que ningún hombre tiene méritos excepcionales y que cada día podemos recibir de los más humildes compañeros grandes lecciones.
“Si tuviera el privilegio de vivir otra vez mi propia vida, muchas cosas las haría diferente de como las hice hasta hoy, pero puedo a la vez asegurarles, que toda mi vida lucharía con idéntica pasión por los mismos objetivos por los que he luchado hasta hoy”.
Ante los primeros diputados, también afirmó: “La liberación, el progreso y la paz de la patria están indisolublemente unidos en nuestra concepción a la liberación, el progreso y la paz de toda la humanidad”.
Eran los días en que regresaban de Angola nuestros combatientes, no sin antes dejar una fuerza en el país hermano durante el tiempo indispensable para la organización de un ejército fuerte y moderno.
Años después, la Operación Carlota fue una de las más hermosas y valientes páginas de solidaridad internacionalista cubana que conllevó el fin del Apartheid, el régimen que institucionalizó en Sudáfrica el odio y el desprecio hacia la gran mayoría de la población por el color de su piel y la imposición brutal del colonialismo europeo.
En aquella epopeya, a más de 11 mil kilómetros de la mayor de Las Antillas, entregaron su vida más de 2 000 compatriotas, en una misión cumplida cabalmente por una fuerza integrada mayoritariamente por jóvenes en operaciones dirigidas por jefes experimentados.
Fue la unión de más de una generación, entre las que hubo decenas de periodistas como corresponsales de guerra o combatientes, que hoy siguen ejerciendo la profesión, colaborando en los medios o integrando activamente el Grupo Asesor de la UPEC