Revista Visión
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2da Temporada

Un “loquillo” muy cuerdo

Un “loquillo” muy cuerdo
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Si los verdes ojos del camarógrafo Antonio Gómez contaran todo lo que han visto en este mundo mostrarían desde la miseria más atroz hasta las imágenes impresionantes de las guerras vividas, de las emociones que algunas veces quedaron plasmadas en lágrimas, de las ilusiones de unos niños, de las muertes de soldados ajenos y propios.

Con Gómez departí en distintas oportunidades, en coberturas en Cuba y en el exterior. Pero fue en Brasil donde más conversé con este artista de la imagen a la que, y así me lo demostró, era capaz de derrumbar cualquier obstáculo que le impidiera hacer lo que más le gusta en la vida: filmar una noticia, una persona, una transformación heroica.

Llegó a Río de Janeiro en unión del colega de la televisión cubana Boris Fuentes. La llegada no fue como esperaban. No apareció quien los recogería en el aeropuerto. En resumen, llegaron a mi oficina cayendo la tarde, con cara de cansancio y de hambre. Ya tenían donde dormir, pero no habían podido encauzar aún las labores para las que dejaron atrás a Cuba, una vez más.

Querían conocer a las mujeres y hombres del Movimiento Sin Tierra (MST) y –esas casualidades de la vida- habían improvisado un campamento en medio de la ciudad carioca, frente a una iglesia, -como si estuvieran en medio del campo- donde se alzaban voces con consignas mientras los niños se asomaban a las carpas y las cocinas improvisadas soltaban llamas y humos al aire.

Cuando llegaron a mi apartamento, Boris cojeando debido a un molesto zapato y con el oscurecer sobre la peligrosa ciudad, les transmití el mensaje: Río es muy peligroso en la noche, el MST está en una zona de alto riesgo (en la iglesia de marras habían asesinado años atrás a un grupo de niños de la calle), y Boris tenía una expresión de dolor por los dichosos zapatos nuevos.

El silencio duró dos minutos. Como casi siempre hacía, Antonio Gómez, más conocido como El Loquillo precisamente porque solo alguien poco cuerdo era capaz de las mayores imprudencias o las ideas más intrépidas, saltó del asiento: “Mañana tenemos otras cosas, y el sol se apaga, vamos a apurarnos”.

Ni saqué el automóvil. Los ómnibus atraviesan las calles más rápido a esas horas de la tarde. Y mi amigo del alma, un brasileño llamado Aris Santana, que ya sabía de la llegada de los periodistas cubanos, se brindó para acompañar la tropa. Con Boris hizo un aparte –gracias a que los comercios en ese país están abiertos hasta altas horas de la noche- y aunque bien reticencia y dale para atrás del reportero, lo vi salir después con unos flamantes zapatos de suela de goma capaz de romper cualquier récord de felicidad. Su rostro, radiante, demostraba que curitas en los pies con zapatos nuevos rompen récords de maratones.

Pues llegamos y los humildes campesinos del MST (a algunos conocía de tomas de tierras clandestinas) recibieron a los recién llegados como hermanos. El Loquillo estaba feliz. Se movía de un lado al otro, buscaba rostros, ángulos, con Boris hacía entrevistas, la iglesia y los alrededores encendieron sus lámparas y las tiendas de campaña ayudaron a iluminar aquel parque como si hubiera sol radiante. 

Una vez más, Antonio El Loquillo, no se detuvo. Con ellos comimos lo que tenían y fue una de las cenas más deliciosas, sin lujos, pero con una sazón los frijoles negros y los espaguetis –comidas tradicionales de los brasileños pobres- que sabían a puerquito asado de Cuba.

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