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2da Temporada/Junio 2025

Trump, arancelismo megalómano

Trump, arancelismo megalómano
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Dicen los humoristas que Donald Trump fue criado con leche de magnesia y no materna, por el revolico que ha armado con la guerra arancelaria desatada sobre cálculos de ganancia absoluta para Estados Unidos y humillación para el resto del mundo, desestabilizando las relaciones comerciales en Asia, Europa y América.

Es posible que la humanidad esté entrando en una fase nueva del orden económico en el que pueden desaparecer los tratados de libre comercio que no son viables en un sistema tarifario como el impuesto por Trump este 2 de abril. También pudiera ser el primer paso sustantivo más visible a un cambio de época, y el surgimiento de parámetros inéditos en las relaciones internacionales no solo comerciales, sino también políticas, que deben conducir a nuevos paradigmas. 

La reacción inmediata contra lo que parece un gran desparpajo era esperada, y de que sería, además, muy fuerte, casi nadie tenía dudas, porque la exorbitancia de las tarifas marca por sí misma un ambicioso objetivo de desbancar al más poderoso enemigo, China y su entorno, y someter por la fuerza a los aliados a fin de impedir deserciones, pero en especial etiquetarlos como socios de segunda, que es como se sienten los gobernantes de la Unión Europea, Japón y Corea del Sur.

Una contradicción es que, al mismo tiempo, exacerba en los afectados un espíritu de conservadurismo que los lleva a buscar protección y apoyo mutuo fuera de los umbrales de EE.UU. ante la arbitrariedad de Trump y sus millonarios, y tiemblan ante la posibilidad de que el estruendo de los aranceles repercuta en el ámbito militar, la OTAN se vaya a bolina, y dudan sí de por sí mismos, pueden sostener la guerra de Ucrania. Hay terreno fértil para un nuevo chantaje de la Casa Blanca.

En Asia, Trump precipitó en minutos lo que se ha intentado infructuosamente durante muchos años: un acercamiento entre países adversarios que puede evolucionar hacia entendimientos estratégicos muy desfavorables para EE.UU., como al parecer está sucediendo con acercamientos impensados de China, Japón y Corea del Sur. 

El presidente de China, Xi Jinping, acaba de revelar avances de una coordinación muy profunda de las tres economías de más alta producción en comparación con el resto de los continentes, a la que eventualmente podrían unirse Vietnam y la India –otros dos de los más afectados por al alza de aranceles “recíprocos” –, y crear así condiciones para que Asia asuma un liderazgo mundial en el comercio y las finanzas que pondría a temblar a América del Norte.

De esa manera, Trump sería el propiciador de un reacomodo estratégico del comercio exterior de sus dos importantes aliados en el Pacífico a los que ha tratado como adversarios y no como amigos.

Esto puede significar que, contra los pronósticos de que el mundo comercial y financiero sería regido por bloques económicos intercontinentales, las relaciones sean preferentemente intercontinentales, y la globalización se convertiría en un sistema fragmentado en porciones geográficas que podría actuar como el choque de placas tectónicas y desatar situaciones sísmicas por una competencia feroz entre las partes,  si no se construyen antes en los continentes paradigmas de cooperación y complementación internacionales, y nuevos factores de negociación y diálogo que garanticen una soberanía universal y una paz estable y duradera.

Hacer más grande y poderoso a Estados Unidos –no a América– que es la filosofía de poder unilateral que se esconde tras esta nueva aventura de Trump, se convierte para el mundo fuera de las fronteras estadounidenses en un reto que no deja lugar a dudas, porque lo que se ha lanzado desde las instancias de poder en Washington es una guerra pensada, analizada y bien evaluada para ganar todo el terreno posible en la idea de controlar el mundo.

Hay un retorno loco y peligroso del pensamiento retrógrado del unipolarismo que a estas alturas de una globalización imparable porque todos somos partes del mismo planeta, está condenado al fracaso.

De facto, Donald Trump está azuzando de forma megalómana una tercera guerra mundial más destructiva y peligrosa que la primera y segunda juntas, sin invasiones militares, ni bombardeos, ni ocupación de países ni lanzamiento de bombas nucleares porque la Tierra se convertiría en aerolitos, es decir, una conflagración de nuevo tipo y escenarios tecnológicos, de algoritmos e inteligencia artificial, que buscan despojar al ser humano de su racionalidad, sus sentimientos y sus principios, que son motores de la convivencia universal.

Está por ver si este chantaje arancelario le funcionará a Estados Unidos pues es muy dudoso que ese país esté preparado para enfrentar el rompimiento de los factores de equilibrio y negociación en el terreno económico y financiero sin mediar un período de tránsito hacia un nuevo orden comercial que seguramente no se parecerá en nada a este que dibuja Trump con su unilateral sistema tarifario.

Trump ha afectado muy a fondo los vínculos estratégicos con Europa y Asia, que son centros de equilibrio global, y sobrestimado la capacidad de maniobra e influencia de Estados Unidos.

Es evidente que el mundo –incluido EE.UU.– no está preparado para un zarpazo de esa magnitud, y mucho menos condicionado a la idea de estar dirigido desde un centro de poder en Washington que le dicte lo que debe o no hacer, qué vender, cómo, a quién y a qué precio, sin tener en consideración los intereses individuales y regionales.

Europa, lo mismo que Asia, pero con mayores complicaciones por el enfrentamiento de intereses y graves contradicciones en asuntos geoestratégicos, se ha estremecido pues, como advirtió Vladimir Putin, la agresión arancelaria acabará de hundir la economía de la Unión, ya bastante debilitada con la guerra de Ucrania, y la pérdida de fuelle del dragón de la OTAN ya casi sin poder escupir fuego por la paliza recibida en esa guerra inducida por EEUU.

De seguir la lógica de Asia, a Europa no le quedará otra alternativa que buscar también unificar las fuerzas de su continente para poder igualarse a los gladiadores que la retan, y concluir, de una vez por todas, la guerra que impulsa en Ucrania cada día más desfasada de la realidad que estamos viviendo.  Para ello tendría que negociar directamente con Rusia sin el intermedio de EE.UU.

En América, Trump tampoco ha tenido compasión de subalternos como Javier Milei en Argentina, el ambivalente Gabriel Boric, de Chile, ni del gigante del sur, Brasil, a los que les impuso el 10 por ciento global anunciado, aunque sin aplicarles los extras como a China, Vietnam y otros muchos países. En nuestro continente, las asimetrías juegan un papel negativo para la unidad, y la genuflexión de algunos es un capital a su favor con el que cuenta Trump.

América debería de imitar el ejemplo de México donde una mujer con un alto nivel intelectual, pero un temple mucho mayor, le corrigió la plana a Trump y logró que el difícil equilibrio existente con tan poderoso vecino, no se rompiera en esta ocasión, y de los 14 tratados internacionales registrados y agredidos por el arancelismo trumpiano, dejó fuera del oleaje solamente al suscrito además por Canadá (T-MEC) y no le impuso los gravámenes adicionales “recíprocos”. No significa que México se libre de la guerra. El sector automovilístico y el de la agricultura, están en ascuas.

Trump ha cometido un error muy grave al invadir con toda su artillería un terreno minado como es la economía mundial y las finanzas, y le puede ocurrir lo mismo que a Hitler cuando decidió atacar a la antigua Unión Soviética. Con ello sentenció la muerte del nazismo y Stalingrado fue el último punto de su expansión y avance de la Wehrmacht, y por supuesto, el inicio de su retroceso hasta la derrota total. 

Trump acaba de empezar su guerra, pero el inicio puede ser también al mismo tiempo su Stalingrado. Esperemos su desarrollo, pero bien atrincherados, y si lo que sobrevenga de ahora en adelante es lo que va a marcar un nuevo orden económico mundial, afinemos la puntería para que no se reproduzca el desguace y repartición de Berlín, y no haya muros ni bloqueos. El Planeta es la casa común y no puede ser administrada por nadie en particular.

Ya comenzaron las manifestaciones en su contra en numerosas ciudades de Estados Unidos lo cual podría ser el comienzo de algo mayor porque, como me platicó mi gran amigo panameño, el catedrático martiano y analista Guillermo Castro, cuando me comentó: 

“A mi entender, el gran tema pendiente aquí es la crisis interna de un sistema político que viene dando muestras de agotamiento desde hace un cuarto de siglo. Esa crisis, que naturalmente tendrá múltiples opciones de solución, parece destinada a ser un factor decisivo de primer orden en el proceso de descomposición del sistema mundial organizado en lo que fue de la creación del Banco Mundial a la de la ONU entre 1944 y 1945, cuyo desarrollo generó contradicciones que ese sistema ya no está en capacidad de resolver. Esta historia avanza en espiral, y no cabe leerla en perspectiva lineal”.

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