Hace 55 años a Roberto Molina Hernández le preguntaron
¿TE GUSTARIA ESTUDIAR PERIODISMO?
Su respuesta dio origen a las siguientes líneas
La vida agitada que estamos viviendo nos juega siempre malas (¿o buenas?) pasadas y, al menos en mi caso, me hace olvidar que el tiempo corre velozmente; que ya pasé hace meses los 77 años y que debo hacer caso a los amigos interesados en abordar ciertos temas algo postergados debido al frenesí casi diario del periodismo.
Por eso, voy a responder a uno de esos insistentes colegas-compañeros-hermanos y, de paso, ejercito la memoria, que buena falta nos hace a todos no perderla nunca, sobre todo la histórica.
Comencé a incursionar en el periodismo, sin apenas percibirlo, en 1964 cuando a los 19 por el día era profesor de idioma ruso en la Secundaria Básica en la Ciudad Escolar 26 de Julio (antiguo cuartel Moncada), estudiante de preuniversitario en el Instituto Cuqui Bosch por la noche y activista de Propaganda de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) provincial en Santiago de Cuba.
Me introdujo el “virus” del periodismo el encargo de crear un programa semanal de radio, prioritariamente informativo, aunque con incursiones musicales de los grupos de aficionados de ese nivel de enseñanza, enfocado en las tareas orientadas a la movilización del estudiantado en las más diversas tareas.
Después de ingentes esfuerzos para coordinar las labores con los líderes de la emisora CMKC y de las secundarias, preuniversitarios y Artes y Oficios (posteriormente Politécnicos) de la entonces provincia de Oriente, me correspondió preparar textos informativos y convocatorias de todo tipo para atraer a aquella juventud alegre y profunda, que hizo suya la emisión y la convirtió en un medio de comunicación- y agitación- de singular popularidad y trascendencia.
Un día, no recuerdo exactamente cuál, el presidente de la UES provincial, Alcides Giró, me preguntó si me gustaría estudiar periodismo y mi respuesta, aunque no fue un sí rotundo, parece que le bastó para tomarlo como tal y horas después llevarme al Comité Provincial del PCC y presentarme ante uno de los jefes de la entonces COR (hoy Departamento Ideológico) como candidato a un curso.
Más que asombrado, no supe ni qué decir cuando el cro. Lara mostró su satisfacción y, tras llenar un breve formulario, me indicó que ¡al día siguiente! partiría hacia La Habana para integrar el grupo de candidatos de todas las provincias que conformaría el Curso de Periodismo de la Escuela Superior del PCC “ Ñico López”. Y así mismo fue. Corría el año 1965.
No voy a abundar en detalles, solo me satisface decir que fue la mejor academia que he cursado en mi vida (después de mis estudios para profesor de ruso en la Escuela Máximo Gorki), con un claustro de lujo, una compenetración entre educadores y educandos insuperable y una cimentada fraternidad que se mantiene pese a los años y los diferentes caminos emprendidos.
¿Cómo olvidar las prácticas nocturnas en el diario El Mundo, con el mismísimo Luis Gómez Wangüemert con nosotros en cada jornada, que se prolongaba hasta el visto bueno a las pruebas de plana y terminaba en una tertulia con el muy caballeroso maestro Alfredo Núñez Pascual, quien nos acompañaba hasta el bus que nos llevaba de regreso al albergue?
Después vino la graduación, en las instalaciones del Granma, donde hicimos un periódico propio, Guerrillero Heroico, bautizado así por uno de nosotros y que posteriormente fue la inspiración para lanzar el de Pinar del Río.
Y posteriormente ¡la noticia maravillosa!, el ingreso a un medio nacional, en mi caso a Prensa Latina, el 5 de junio de 1968, en la Redacción Cuba, en la cual hice mis pininos profesionales y tomé conciencia de la importancia de la academia, pero también de la validez incontestable de aquella vieja máxima: La práctica es el criterio de la verdad.
Fueron meses y meses de varios sinsabores, múltiples alegrías y denodado empeño para aprender a amasar ese pan que salía caliente por los teletipos a recorrer el mundo, bajo la guía sabia de estrellas de la pluma como Juan Sánchez, Telmo López, Pedro Martínez Pírez, Edel Suárez…
Lo real maravilloso consistió en que ese bregar diario transcurría junto con trabajo voluntario en la finca asignada a PL en el Chico, en el Cordón de La Habana; cursos de idiomas varias veces interrumpidos, una estancia como corresponsal en la Isla de la Juventud y, como colofón, la Zafra de los 10 Millones.
En esa tarea estaba en diciembre de 1969 cuando llegó el infatigable Felix Ronda, un comunista curtido en las filas de la lucha contra la dictadura batistiana, con un recado del director de entonces de PL, José “Pepín” Ortiz, para que lo acompañara esa misma tarde hasta 23 y N, la sede de la Unión de Periodistas de Cuba, pues debía asumir con cierta premura una nueva tarea.
No sin asombro- y sobre todo con incredulidad- recibí la información de que se me nombraba segundo corresponsal de PL en Checoslovaquia y, como un tremendo honor adicional, nuestro presidente por siempre, Ernesto Vera, me designó primer representante de la UPEC ante la Organización Internacional de Periodistas en Praga para apoyar al nuevo secretario por América Latina, Leopoldo Vargas, un periodista colombiano de pura cepa, simpático, jovial y excepcional ser humano.
Me costaba asumir la vertiginosa trayectoria de mi vida entonces, pues desde la llegada a Praga en febrero de 1970, debí hacer malabares para realizar mis labores en Prensa Latina, cumplir con mis deberes en la OIP (con Leopoldo fue muy fácil y placentero), cuidar de un bebé de cinco meses, participar en varios foros internacionales e iniciar un periplo por oficinas que se extendió hasta 1977.
Después de Checoslovaquia, asumí la corresponsalía de Bulgaria, y dos años y medio después tuve la difícil encomienda de relevar nada menos que a Gregorio Ortega en las oficinas de PL en Moscú. A finales de 1974 partí a Belgrado para abrir la primera oficina de nuestra agencia en la capital de la entonces Yugoslavia, donde permanecí hasta fines de 1977.
Fueron años de intenso trabajo, frecuentes descubrimientos, experiencias inolvidables- como los son, aún, las personas conocidas en esos países, con algunas de las cuales mantengo cierto contacto- y la certeza absoluta de que nunca se acaba de aprender.
Desde entonces ha llovido mucho: nuevas experiencias en Moscú durante los años finales de la existencia de la URSS; luego en la meca de las relaciones multilaterales, la Organización de Naciones Unidas en Nueva York; y otros varios derroteros.
Pero como dice un célebre actor al finalizar cada programa: Esa es otra historia. Prometo contarla, si consiguen soportar ésta.
Jds/rmh/14.03.2023