Detalle del célebre óleo de Goya titulado ‘Auto de fe de la Inquisición’ en la que se muestra a reos con corazas y sambenitos
Colocarle, ponerle o colgarle el sambenito a alguien es un modismo que se usa desde hace siglos para acusar a una persona injustamente, para señalar el descrédito que uno se ha ganado por una mala acción cometida o simplemente para echar la culpa alguien. Es decir, es una expresión que se emplea para etiquetar negativamente a las personas. Hemos escuchado y leído esta expresión en infinidad de ocasiones y seguramente hayamos entendido su significado en el contexto de la conversación o del texto, pero puede que desconozcamos cuál es el origen de una locución que ya aparece en Don Quijote de la Mancha.
El diccionario de la Real Academia Española (RAE) siempre es un buen punto de partida. Si buscamos la palabra sambenito, encontramos hasta cuatro acepciones:
Capotillo o escapulario que se ponía a los penitentes reconciliados por el tribunal eclesiástico de la Inquisición.
Letrero que se ponía en las inglesas con el nombre y castigo de los penitenciados, y las señales de su castigo.
Descrédito que queda de una acción.
Difamación.
El diccionario también nos muestra el verbo sambenitar, que significa «poner a alguien el sambenito de los penitentes reconciliados», así como «infamar, desacreditar a alguien».
Los académicos de la RAE ya nos ponen sobre la pista de la expresión. Esta viene de la Inquisición, el tribunal religioso fundado por el Papa Gregorio IX en el año 1231 que se apropió el derecho exclusivo de persecución, juicio y condena de los herejes.
Manuel Peña Díaz, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Córdoba, se adentró en la historia de los sambenitos en La Inquisición, memoria de la infamia, estudio sobre el Santo Oficio publicado en la revista Andalucía en la Historia, que edita el Centro de Estudios Andaluces. El documento hace una revisión de esa suerte de túnicas que llevaban los reos y en las que se solía dibujar el tipo de muerte de la condena.
Los procesados, que recibían el nombre de sambenitados, estaban obligados a portar un hábito con la cruz de San Andrés durante varios años cada vez que salían de su casa. Pero esta macabra indumentaria no se limitaba a la iconografía del auto de fe. Ante la práctica bastante frecuente de los condenados de no ponerse el hábito, sostiene Peña Díaz, el Santo Oficio también ordenó colgar las túnicas en la iglesia donde residía el condenado.
La exhibición de los sambenitos en las iglesias no hizo más que avivar las sospechas sobre los apellidos de los condenados, y por tanto también de sus familiares. Era una época en la que nadie estaba a salvo. Con el paso del tiempo, los hábitos colgados fueron sustituidos por otras telas llamadas mantetas. Precisamente, de ahí viene la frase «tirar de la manta», usada como amenaza de revelar un asunto que se mantenía en secreto y que puede comprometer a otras personas.