Del tema, que no es para un artículo breve, apuntemos algunos hechos, empezando por la fecha bautismal de la nación cubana, 10 de octubre de 1868: el Diez de Octubre, con mayúsculas. Ese día marcó el inicio de sus guerras de independencia, con el alzamiento que Carlos Manuel de Céspedes protagonizó en su ingenio Demajagua y se extendió por diez años. Como expresó José Martí en el Manifiesto de Montecristi, fechado 25 de marzo de 1895, cuando el 24 de febrero había estallado, con su guía, una nueva contienda, la gesta de 1868-1878 tuvo una “preparación gloriosa y cruenta”.
En ella, con elementos fundamentales como las conspiraciones y otros actos de rebeldía contra la colonia y la esclavitud, en los que junto a criollos libres participaron y fueron brutalmente reprimidos esclavos y libertos, tuvieron especial importancia, en la educación, los sacerdotes José Agustín Caballero y Félix Varela y el laico José de la Luz y Caballero; en las letras, poetas cuya cima ocupó José María Heredia, uno de los pilares del romanticismo hispanoamericano; en la economía y la sociología, pensadores como Francisco de Arango y Parreño y José Antonio Saco, para solo recordar algunas de las áreas en que se perfiló la cultura cubana, y algunos de los protagonistas representativos de aquella fragua.
Los fundadores nombrados, y otros, serían motivo de orgullo para cualquier nación, no solo de una colonia y del país económicamente subdesarrollado que emergió de ella. Junto a los rebeldes “sin nombre”, ellos construyeron los cimientos de la cultura cubana, cuyo nacimiento se ubica, por motivos reales y emblemáticos, diez días después del auroral 10 de Octubre.
A Bayamo, cuna de la nacionalidad cubana por esas y por tantas razones más, la tomaron con las armas el 20 de aquel mes las tropas mambisas al mando de Carlos Manuel de Céspedes, de quien dijo Martí: “no fue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos, y los llamó a sus brazos como hermanos”. Ambas acciones consumó a la vez el Padre de la Patria.
Reconocer como Día de la Cultura Cubana aquel 20 de Octubre tiene un aval de gran contenido: en campaña, y por primera vez con texto —la música se había oído antes—, se interpretó en esa fecha la pieza que devendría Himno Nacional de Cuba. En desafiante acto de conspiración su música, obra también de Perucho Figueredo, nació como La bayamesa, alusión a La marsellesa y su significado emancipador.
Al celebrarse el Día de la Cultura Cubana como homenaje al Himno y todo lo que él ha representado desde su creación, y seguirá representando, no solo se asume, aunque no sería poco, el servicio brindado por las artes a las luchas independentistas. También se afirma la conciencia asociada con una historia en la que manifestaciones artísticas y voluntad de belleza son inseparables del afán de soberanía y justicia social.
Por otra parte, la ubicación geográfica de Cuba en el cruce entre continentes y culturas, y la demora con que llegó, comparada con la generalidad de nuestra América, a sus guerras por la independencia, contribuyeron a modernizar su cultura con un elemento que la enriquecería y gana cada vez más vigencia: el antimperialismo. Tal fue la cultura que, a la vez que se forjaba en ellas, fertilizó las tradiciones combativas del pueblo cubano, de su nación, de su patria.
Esa cultura iluminó los sucesivos capítulos de lucha armada por la independencia contra el colonialismo español, y los actos de rebeldía contra la dominación imperialista por parte de los Estados Unidos. Con su intervención en 1898 esa potencia, que entonces emergía, humilló a España y le arrebató a Cuba la independencia que ella estaba ganando y había probado merecer.
Que esa frustración no fuera irreversible se debió precisamente a que la cultura cubana mantuvo su vitalidad y se desarrolló en medio incluso de la República neocolonial, que la nación interventora logró imponer no solo con su poderío. También contó con el servicio de los más opulentos del país, ideológica y culturalmente representados en el autonomismo y el anexionismo, y que, por tanto, se habían opuesto a la plena independencia.
En la cultura emancipadora las artes y las letras siguieron orgánicamente unidas con el pensamiento, la conciencia y la vocación de justicia y transformación. Así aportó el correspondiente sustrato de pensamiento a los afanes revolucionarios que condujeron a la victoria del 1 de enero de 1959, decisivamente contraria a la dominación imperialista, que fue echada del país, por lo que desde entonces la voraz potencia no cesa en los afanes de asfixiarlo.
La lucha que en el camino abierto por los hechos fundacionales del 26 de julio de 1953 se libró en las montañas y en el llano, tuvo luz cardinal en el legado de José Martí, quien encarnó hacia el futuro la gran síntesis de las tradiciones que él heredó y enriqueció con su obra y su acción: legado revolucionario de alcance no solo nacional y latinoamericano, sino también universal, y en suerte echada con los pobres de la tierra.
El triunfo de 1959 propició que lo que “llamamos pueblo, si de lucha se trata” —al decir de Fidel Castro en La historia me absolverá—, empezara a desempeñar el papel y a ejercer los derechos que se le habían negado. Tal acto de justicia empezaría por la educación universal y gratuita, empeño en el que se ubicó la Campaña Nacional de Alfabetización. Frente a reclamos, realizaciones y desafíos externos e internos, el proceso emancipador se radicalizó como proyecto que, afincado en las tradiciones nacionales y en diálogo con el mundo, se planteó construir el socialismo.
El 16 de abril de 1961 tuvo lugar el sepelio de las víctimas de actos terroristas cometidos en la víspera por fuerzas mercenarias al servicio del imperialismo estadounidense, para preparar la invasión desatada el 17 siguiente por Playa Girón y sus inmediaciones. Su finalidad inmediata era crear una base de operaciones desde la cual pedir la intervención directa de los Estados Unidos, pero fue aplastada en poco más de sesenta horas.
El 16 de aquel mes, en la despedida de duelo de las víctimas de los actos terroristas mencionados, el Líder de la Revolución proclamó el carácter socialista de esta, que definió como “Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes”. Coincidencia cargada de simbolismo y esencias, en Girón esa Revolución fue defendida por el pueblo armado, mientras avanzaba una verdadera democratización, sin precedentes, de la cultura: la ya Campaña Nacional de Alfabetización, origen de tantos logros que Cuba, lejos de disfrutarlos solamente para sí, incluyó en su brega internacionalista al servicio de la educación y la salud de otros pueblos.
Llamada a representar y defender a la nación, a la patria, esa Revolución dio continuidad a las luchas por la independencia y la justicia. En medio de grandes peligros, del reforzamiento de la hostilidad imperialista, del desbarajuste de la Unión Soviética (URSS) y el socialismo europeo, y de complejidades internas, esa cultura —con todos sus elementos, no solamente los artísticos y literarios más visibles— fue la que Fidel Castro definió como Escudo de la nación, y dijo que era lo primero que se debía salvar.
Afirmada y desarrollada sobre esas bases, y con su carácter resueltamente popular, la Revolución le granjeó a Cuba la admiración de los pueblos del mundo, para los cuales representó un faro, y sigue generando esperanzas. Esa cultura es la que el país debe cuidar y salvar contra las fuerzas que siguen empecinadas en desviarlo del camino en que se fundieron los ideales de independencia y soberanía y de justicia social, fusión que el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, selló el 10 de Octubre de 1868, y fue ratificada por La bayamesa el 20. Por ello desde 1980 el Día de la Cultura Cubana se celebra con una Jornada que cada año se extiende del 10 al 20 de octubre.
Pie de foto: Primera bandera de la República de Cuba, que ondeó en los rebeldes espacios de la Guerra de Independencia.