«La sensibilidad, la inspiración, la emoción, son aspectos muy importantes de la condición humana, que todo aquel que escribe debe cuidar con suma atención. La sensibilidad periodística, ese radar para captar lo mejor de lo que nos circunda, procesarlo en letras e imágenes y después devolverlo con digna efectividad comunicativa, ha de ser objeto de un tratamiento especial.
Convencido estoy de que esa sensibilidad, que tiene mucho de artística nos acompaña, en mayor o menor grado, desde nuestros primeros movimientos en la vida.
Pero ya, como herramienta del desenvolvimiento profesional, necesita de un lazarillo que guie sus paseos por el mejor camino, o de lo contrario, corre el riesgo de convertirse en sensiblería barata- De lo anterior no puede desprenderse la idea de «sensibilidad como don divino», capaz de armar maravillosas estampas, sino de recurso de primer orden que puede salvarnos o hundirnos.
Esa sensiblera me nubló la vista, me llenó de desenfadados colores la capacidad apreciativa y de ritmos el corazón, para finalmente traicionarme en un escrito digno de una milonguita de poca monta.
Me ha sucedido otras veces con crónicas tristemente publicadas. Pero los porrazos duelen y enseñan. Lo cual no quiere decir, que mañana, nuevamente confundido por los sentimientos, este «corazoncito» me vuelva a estafar.
Sabido es que, en famosa entrevista, al preguntársele a Hemingway qué cosa hubiese deseado tener más en el mundo relacionada con su profesión, él contestó que “un detector de mierda” que le permitiera descubrir y extraer de sus escritos toda la basura que se le ocurría en el proceso de creación».