Quien nombra y califica, manda. Los ejemplos son múltiples, desde los padres que escogen cómo se llamarán sus hijos. Pero ese es un pálido reflejo del poder que en los distintos credos se les atribuye a los dioses para crear realidades, el universo y la humanidad incluidos, y ponerles nombres.
Luego vendrá el vicepoder de sacerdotes encargados de bautizar —lo que también implica nombrar— a quienes, por voluntad personal, condicionamientos o designios ajenos (como los familiares), se supone que acatarán ideales y normas de la religión correspondiente.
Tales atribuciones se han reproducido a lo largo de la historia en los distintos escenarios de la evolución del mundo y no solo en la esfera religiosa. A menudo en alianza con jerarquías eclesiásticas, presuntos “descubridores” se han erigido como dueños de la facultad de nombrar no solamente los territorios que “descubren”, sino a quienes los poblaban y podían verse privados de que se les considerase humanos.
En particular la historia de América ofrece ejemplos devastadores y dolorosos de esos hechos. Los “descubridores” bautizaron a estas tierras, aunque ya tuvieran nombres de larguísima data, y a sus habitantes, a quienes podían considerar carentes de alma.
Todos esos manejos han sido recursos para someter y explotar a seres humanos y a pueblos enteros. Así se han aplicado a personas etiquetas raciales propias de la zoología y que en la humanidad no tienen sentido, porque en ella no existen razas. Esas han sido formas de clasificar a grupos sociales, de imponerles una operación que en su raíz tiene el concepto de clase: de hecho, ubica a los seres humanos en clases determinadas, como a los animales y las plantas en especies y órdenes jerárquicos diversos.
BRUTALMENTE DESPECTIVAS
Quizás hoy nadie se detenga a pensar que los rótulos mulato y zambo, y sus derivaciones, son de origen brutalmente despectivo. Se aplican al mestizaje —proceso degradante para los ideales de “pureza racial”, tan caros al fascismo— entre personas “blancas” y “negras”, en el primer caso, y “negras” e “indias”, en el segundo.
Si mulato y mulata vienen de mulo o mula —bestia de carga nacida del cruce entre las especies caballar y asnal—, zambo remite a un mono, y también a personas de piernas contrahechas. Existen otras etiquetas ofensivas, como cuarterón, que califica al nacido de mestizo y española, o de español y mestiza.
El topónimo Caribe surgió de la asociación mental con caníbales. Nicolás Guillén denuncia en su poema “El apellido” lo que representaba para los esclavos traídos de África, y sus descendientes, que no solamente se les despojara de la libertad, sino también de sus nombres, sustituidos por los que los esclavistas les asignaran. Hay aún algún territorio caribeño donde los apellidos de la población heredera de la esclavitud son nombres de damas de las familias que los esclavizaron.
EL COLOR EN LA SOCIEDAD
El color devino un elemento relevante en los patrones de dominación histórica desde que a partir de 1492 creció la cromatización visible de la sociedad conocida para los centros de poder y, por tanto, en toda ella se coloreó la lucha de clases. Que el color ha sido un pretexto para legitimar discriminaciones y opresión lo prueban hechos. A la población irlandesa, blanca como sus opresores ingleses, había quienes entre estos la llamaban gorilas blancos.
La ideología dominante buscaba, y hasta lograba en el bando discriminado, supuestamente inferior, que tales estratagemas se percibieran como naturales. Pero eran actos violentos concebidos para esquilmar a grupos sociales, y no dejaba de ser así porque algunos “negros” y “mulatos” que sirvieran al régimen esclavista obtuviesen de este, como en Cuba, el privilegio tener esclavos “negros” y “mulatos” igual que ellos, y ostentar grados militares de importancia, no el de general.
Las prácticas de nombrar y calificar al servicio de la opresión, y hasta del exterminio, no quedaron congeladas en el pasado. La esclavitud ha cambiado de formas, pero perdura en relaciones marcadas por la plusvalía que los explotadores capitalizan, y el colonialismo continúa en pie de distintas maneras. Una de ellas radica en la médula colonialista del imperialismo.
Sucede así de modo flagrante, aunque la Academia capitalista —cuyos centros hegemónicos se trasladaron hace décadas de Europa a la universidad estadounidense— se haya presentado como creadora de los Estudios Poscoloniales y de los Culturales en general. Con ello pretende borrar —y para mentes colonizadas la borra o al menos la solapa— la contribución que grandes anticolonialistas han dado a la humanidad desde la “periferia” explotada. Si no bastaran los ejemplos de Simón Bolívar y José Martí, otros muchos ilustran también esa contribución, hasta el presente.
Los ideólogos de la opresión procuran sublimarla, y hoy siguen haciéndolo con una desfachatez que muestra hasta qué punto la humanidad no ha rebasado la prehistoria. Entre los bautizos se inscriben los rótulos modernidad y hasta posmodernidad —el non plus ultra— con que la Academia imperial edulcora la evolución de las potencias que ella representa, en primer lugar, los Estados Unidos, que cada día humilla más a Europa.
Si alguien no ha notado cómo todavía hoy pululan tan oprobiosas maniobras, se le podría pedir que piense en la soberbia con que el actual presidente de los Estados Unidos ha querido rebautizar el Golfo de México sustituyendo México por América, topónimo que, en inglés, y en ese contexto, significa los Estados Unidos. Con igual arrogancia, dice qué otros territorios deben pasar a formar parte de la gran potencia.
EL CONCEPTO SIONISTA DE ANIMALES HUMANOS
Ningún otro ejemplo de esos manejos supera en crueldad a la calificación del pueblo palestino como animales humanos. La ha enarbolado, con la complicidad de su socio estadounidense y otros aliados, el gobierno sionista de Israel, no solo para completar el saqueo territorial y de los recursos materiales de Palestina, sino su exterminio. El término limpieza étnica, matizado por la noción positiva de lo limpio, soslaya que se trata de un verdadero genocidio.
Las clases dominantes en la antigüedad idealizaban su imagen con su pretendido origen divino, y con términos que las ubicaban por encima del resto de los seres humanos. Lo evidencia el uso de nobleza, condición de nobles, buenos, y aristocracia, los mejores. Sus actuales herederas, o aspirantes a serlo, manipulan sus propios subterfugios. Se anuncian como garantes de la democracia y los derechos humanos, con lo que eso implica para los beneficiarios de tal rejuego nominal, especialmente la burguesía de los Estados Unidos y sus socios.
No faltan caricaturas plegadas a esos beneficiarios, y afanadas en emular con ellos en el presunto derecho de oprimir a sus pueblos. De la tradición anarquista —polémica, discutible, a menudo reprobada en bloque por el pensamiento revolucionario, pero contraria a la opresión y seguramente con algo que aportar en nuestros días— vienen actitudes que falazmente se han denominado libertarias.
Un caso de ser siniestro, y tragicómico más que patético, reclama para sí ese calificativo para su política al servicio de las oligarquías y el imperialismo. Es terrible que haya medios de información y comunicadores real o supuestamente de izquierda que en la inercia le reconocen un título —el de libertario— que ni de lejos le pertenece ni merece.
Las potencias capitalistas necesitan condenar y aplastar lo que no acate sus moldes de poder y pensamiento. Para arrinconar cada vez más a los indóciles en la opresión y el exterminio, se acuñan nuevas etiquetas. En otros tiempos fueron revoltosos, facinerosos, filibusteros, insurrectos, comunistas, y más recientemente se ha empleado terroristas y se falsea el significado de radical, todo con el fin de demonizar los afanes emancipadores tildándolos de ilegales.
El mundo continúa su marcha, y en él también lo hacen los representantes de afanes liberadores, contra quienes se siguen buscando rótulos condenatorios. Ha empezado a ponerse de moda el vocablo inglés woke, participio pasivo de wake. Conservadores y contrarrevolucionarios lo han tomado para revertir el uso combativo de stay woke, que en español equivale a estad (o mantente) despierto, o estad alerta, para darle el sabor intertextual que lo enriquece.
ESTAD SIEMPRE ALERTAS
Se piensa en un reclamo bíblico: “Tengan cuidado y estén siempre alertas, pues su enemigo, el diablo, anda como león rugiente buscando a quién devorar” (Pedro 5:8-14). El siglo XX lo vio reverdecer en el estremecedor testimonio de Julius Fučík, miembro del Partido Comunista de Checoslovaquia, quien, ya virtualmente al pie de la horca fascista que le arrancó la vida, escribió: “Hombres: os he amado. ¡Estad alertas!”
Esa voz de alarma —que urge mantener viva—, afloraría en otros contextos, como el movimiento antirracista estadounidense desde los años 40 de aquella centuria, señaladamente, en fecha más cercana, junto al lema o movimiento Black Lives Matter, que surgió ante el asesinato de George Floyd.
El lema stay woke lo asumieron asimismo otras actitudes emancipadoras, como la defensa de los derechos de las clases trabajadoras, de las mujeres y de los inmigrantes, y la legitimación de la diversidad sexual. Al arremeter contra esas actitudes, la propaganda de derecha yanqui o yancoide esgrime el calificativo woke para deslegitimar a quienes se oponen a las reglas capitalistas, y validar el derecho a atacarlos.
Según se ha conocido, en su afán por descalificar a Robert de Niro, que lo desafió, el funesto magnate Elon Musk no solo se valió de su poder para prohibir que invitaran al inminente actor a la ceremonia de los premios Oscar, sino que lo llamó a marcharse de los Estados Unidos y lo calificó de “malcriado y woke”. El mismo personero imperialista, de orígenes sudafricanos que no parecen asociarlo a la lucha contra el apartheid, emplea su poder en el gobierno de su acólito Donald Trump para intentar que se indulte al policía que asesinó a Floyd.
Digamos que woke se emplea como equivalente de rústico, incivilizado, antimoderno y otras lindezas, quizás también fracasado. Con él se ataca a quienes no aceptan el patrón hegemónico de la burguesía ni renuncian al empeño de que el mundo cambie de bases, para lo que seguirá siendo necesario tomar el cielo por asalto. Son misiones que hoy pueden parecer y hasta resultar más difíciles de consumar que nunca antes, pero también son más necesarias y conservan íntegra su dignidad. No proponérselas sería hacerse cómplice de eso que se ha llamado Occidente global.
ARMAS DE PODER
En los Estados Unidos, para humillar y deportar a migrantes de nuestra América les endilgan todos los defectos y crímenes posibles. De África, tierra tan saqueada, y que sufre las consecuencias del capitalismo fraguado con la trata y la esclavitud de sus hijos e hijas en los reinos de ese Occidente, llegan a Europa, donde son maltratados y befados, numerosos migrantes. La emigración ucraniana que huye de una guerra provocada o propiciada por Europa al servicio de los Estados Unidos, goza de ventajas asociables con el color de su piel y de sus ojos, y con las características de sus cabellos.
Abundan pruebas de lo mucho que representan como armas de poder los actos de nombrar y calificar. La satanización propagandística de gobiernos indóciles a él ha servido al imperialismo, en especial a los Estados Unidos, para lanzar guerras contra esos países, ya sea por medio de las armas y actos terroristas variopintos, o de bloqueos también genocidas. O de todo a la vez, y Cuba sabe de esa historia.