La figura de Magdalena Menassé Rovenskaya, una rusa blanca llegada a Baracoa en los años 20 del pasado siglo junto a su esposo Alfred, un diplomático francés, es uno de los íconos de la identidad cultural de la pequeña localidad – villa primada fundada en 1511 en el extremo más oriental de Cuba- ya que a su mítica existencia une la controversial historia de si inspiró o no el personaje de Vera en la novela La Consagración de la primavera, del célebre escritor cubano Alejo Carpentier.
Bellísima mujer, Magdalena fue acogida con amor en la tierra baracoense, como si sus rubias guedejas la rodearan de una mística aureola. Hablaba siete idiomas, entre ellos el español, por lo que pudo comunicarse con la población que inventó en torno a su persona leyendas poco creíbles. Alfred, el esposo con quien contrajo matrimonio por poderes cuando estaba asentado en Turquía, llegó al Caribe no por casualidad, pues vino a ocupar el lugar de su padre en los negocios familiares.
Cuando llegaron a Cuba primero vivieron en La Habana, donde Magdalena conoció a importantes personalidades de la intelectualidad cubana, en especial los que se reunían en la Acerca del Louvre. Ella llegó a la capital cubana con una cargada agenda cargada de presentaciones en Paris y España, donde exhibió sus dotes de bailarina, pianista y educada voz de soprano, cuyo lirismo le ganó importantes espacios en el Gran Teatro de la Ópera en Francia, la Ópera de Milán, en Italia, Las Palmas de Canaria y Madrid, en España. Para los grandes públicos europeos su nombre artístico era Mima Rovenskaya.
Ante la grave crisis económica mundial, que también golpeó a Cuba, la pareja decide abandonar los grandes salones habaneros, y trasladarse a Baracoa, en aquellos momentos invadida por las grandes corporaciones bananeras – llamadas el oro verde- y un aparente comercio seguro con las compañías estadounidenses. Menasse, diplomático y negociante, aprovechó la racha salvadora y abrió varios comercios de joyas, tenería, adquirió fincas y abrió un bar-restaurante. Se inició en la Respetable Logia Obreros de Oriente, llegando a ser su Venerable Maestro. Ella lo siguió meses después.
Son notables las investigaciones realizadas sobre esta emigrante europea que se instaló en Baracoa en 1929 tratando de olvidar el pasado zarista de sus familiares –la mayoría fusilados-, luego de la Revolución de Octubre en 1917. En la pequeña villa bañada por el río Miel resultó acogida con curiosidad e interés no solo por su ciudadanía sino porque nunca aquellos parajes habían contemplado a una mujer tan elegante y culta, con ojos de un azul transparente, el cabello rubio muy rizado, los labios pintados de rojo en forma de corazón, vestida con ropas y zapatos elegantes, chales de armiño, pieles de zorra, abrigos y gafas.
La realidad en Baracoa era otra. Miseria y desolación fue lo que encontraron. Cuatro años más tarde los negocios fracasaron, y la pareja se centró en la construcción, en su propio hogar, de un hotel de tres plantas bautizado como Miramar, muy próximo al malecón baracoense desde donde se observan las luces de Haití. Recinto íntimo con servicios variados visitado –dice la historia local- por personalidades de la cultura nacional y extranjera, atraídos por el exótico matrimonio.
Magdalena realizó tertulias artísticas en su hotel, donde dejaba escuchar su voz de soprano. En 1944 decide acoger Cuba como su patria definitiva y se le concedió la nueva ciudadanía. Inmersa de lleno en la vida cubana, le entregó a su nueva Patria sus amores: brindó refugio seguro a los revolucionarios de los años 50 del pasado siglo, curó heridos, compró comida para los insurgentes. En su hotel se alojaron el 29 de enero de 1960 FidelCastro, Celia Sánchez y Antonio Nuñez Jiménez. Luego, el 25 de mayo de ese mismo año lo hicieron Ernesto Che Guevara y Aleida March, Raúl Castro y Vilma Espín.
Lejos estaba aquella muchacha nacida en Siberia en 1911, llegada a La Habana con sus bártulos y aires de alcurnia, que en Cuba también triunfaría una Revolución Socialista, de la que huyó en su lejana Rusia. Pero en 1959, Magdalena ya pensaba diferente, luego de identificar la pobreza en Baracoa y en otros lugares que conoció en sus viajes por la isla.
Adoró a Cuba aquella rusa que entregó sus joyas, sus bienes y 25 mil dólares a la Revolución por voluntad propia y que, como cualquier otra cubana, se integró de manera activa a las organizaciones de masas. Aunque a los pobladores de Baracoa resulta imposible olvidarla, en su homenaje y para que la conozcan las nuevas generaciones, sus carnés, pertenencias y fotos se encuentran en el Museo personal creado en su hogar por René, su hijo adoptivo.
El hotel Miramar superó la muerte de su propietaria. Ahora, convertido en un hostal, es llamado La Rusa en su homenaje y resulta, por las leyendas que rodean a su antigua dueña, su posición y sus comodidades, uno de los más procurados por los turistas llegados a Baracoa, una localidad costera donde llueve más de 200 días al año.
Sólo por su mítica existencia, Magdalena es referencia obligada en aquellas tierras orientales separadas más de mil kilómetros de La Habana. Ella ahora ocupa de nuevo el interés popular por la controversia surgida en algunos medios intelectuales sobre sí fue la fuente de inspiración de Alejo Carpentier para escribir sobre la rusa Vera – que huyó de la Revolución bolchevique para vivir después el triunfo revolucionario en Cuba- en su novela La Consagración de la primavera.
Estudiosos esgrimen investigaciones que confirman tales posibilidades –la descripción de Baracoa en la obra de Carpentier, gestos de Magdalena que repite Vera, las vidas casi comunes de las dos mujeres, y las informaciones solicitadas por el escritor a amigos de la Villa para narrar la historia-.
Sin embargo, Lilia Esteban, la viuda del gran escritor, negó que él hubiera conocido a la europea baracoense y al entrevistarse con un investigador de la localidad le dijo, molesta, que sólo eran “inventos”.
Aunque el novelista pudo descifrar el misterio, nunca lo hizo. Cierto o no, MagdalenaMenassé Rovenskaya ocupa un sitial en el corazón de los baracoenses por mérito propio y no literario. Ellos tienen imbricados en sus almas a aquella rusa que amó a Cuba hasta su suspiro final. Cuando murió, el 5 de septiembre de 1978, su cortejo iba encabezado por la banda municipal de música, acompañada por centenares de personas que quisieron a la siempre elegante mujer como a una cubana más.