Corrían los años ochenta cuando tuve la oportunidad de retomar mi labor periodística luego de graduada. Lo hice en un periódico nacional convertido en diario, pues –si mal no recuerdo– hasta hacía poco tiempo era semanal.
Entré allí como correctora de estilo, pero mis ansias eran ser reportera, y para lograrlo trabajé con mucho entusiasmo sin medir tiempo, ni dejar de cumplir con mi contenido de trabajo. La labor reporteril la hacía en horas extras.
Un día, llena de entusiasmo, le enseñé uno de mis escritos a un destacado periodista del centro y su criterio fue: «eso parece a una arenga».
Continué esforzándome hasta que en otro momento le mostré a una periodista, -también considerada destacada-, un nuevo artículo y la respuesta fue: «está bueno, pero un frijol no hace un potaje». Su lenguaje me pareció bastante vulgar, pero no me amilanó. Al contrario, seguí trabajando con más ímpetu hasta lograr ser cómo ellos.
Hice reportajes de corte crítico que fueron reconocidos, como el titulado «Nacen doce y reportan nueve». Este tipo de trabajo era el que más me gustaba porque servía para mejorar nuestra sociedad.
Pero con mi esfuerzo logré lo más importante: obtener la plaza de reportera con la que me sentí, y me siento, realizada como periodista. Moraleja: nunca hay que cejar ante criterios –que damos como ciertos pero, a veces están equivocados– y trabajar mucho, mucho, todos los días. Al final, que son los ¨palos¨ los que mejor enseñan.