De nuevo debo escribir una anécdota de mi vida como periodista, se me ocurre contar el día en que me acusaron de mentirosa.
Recuerdo que hice un reportaje para el que necesité una investigación previa porque respondía a una queja de los trabajadores de un centro lejos de la capital y mi equipo y yo –fotógrafo y chofer– tuvimos que dar varios viajes al lugar para entrevistar a dirigentes y trabajadores involucrados en el asunto.
Aquel trabajo respondía a una reclamación de un grupo de obreros quienes exigían un pago adicional al salario habitualmente devengado que la administración les negaba. La queja, era vieja llevaban más de cuatro años apelando a numerosas instancias, y no pasaba nada, hasta que se dirigieron al periódico.
El reportaje en cuestión resulto ser de los llamados, posteriormente, «de impacto». Y de verdad que impactó, porque según chismes palaciegos llegó a oídos de Fidel, y el corretaje fue tremendo.
A partir del hecho los organismos implicados convocaron a una reunión con todos los regentes involucrados –desde la base hasta el Comité Central– con el centro en cuestión y citaron, además, al director del periódico y a mí.
Fui acompañada por el subdirector y ante nuestro asombro, el jefe máximo del centro abrió la asamblea planteando, sin reparo ni preámbulo que la periodista mintió. O sea, Yo
En aquella reunión, con tantas personas con cargos, no fue invitado, ni siquiera uno de los firmantes de la reclamación, y como por arte de magia, los dirigentes presentes cambiaron los «digo por Diego y los Diego por digo». La verdad, solo salió a flote cuando a petición nuestra exigimos la presencia de los reclamantes en el análisis.
Se detuvo, entonces, la discusión comenzada en la mañana, hasta que los trabajadores perjudicados fueran citados. Esta se retomó en la sesión de la tarde con el fin de darle tiempo a los «pobres de la tierra» –como digo yo parodiando a José Martí– a que estos llegaran.
Ante la presencia de los perjudicados, salió a la luz la verdad y tanto mi órgano de prensa como yo recobramos nuestra credibilidad.
Moraleja: Cuando se cree tener la verdad, vale la pena luchar contra viento y marea, a pesar de los sinsabores que, más de una vez, hemos tenido en esta profesión.