Con una existencia breve porque sólo vivió 42 años, José Martí, por la trascendencia de su vida y la vigencia de sus principios, traspasó las fronteras físicas de la muerte para continuar influyendo en el transitar de su pueblo y en distintos lugares del mundo que lo sienten como un hombre de todos los tiempos.
En correspondencia con lo que proclamara Martí, encaró la muerte de cara al sol cuando en 1895, con la fuerza del ejemplo en el combate, daba su contribución directa al desarrollo de la guerra por la independencia de Cuba.
Ya unos meses antes en una carta dirigida a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal, fechada el 25 de marzo de 1895 en Montecristi, él había expuesto: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la Patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber.”
Y al referirse al hecho de que ya la guerra se había iniciado hacia un mes en Cuba, igualmente le comentó a su amigo dominicano: “Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable al sacrificio; hay que hacer viable, e inexpugnable la guerra: si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor.”
Atendiendo a ello él estaba ansioso en ese momento de poder llegar a Cuba y esto pudo lograrlo, después de encarar diversos problemas, en unión del militar dominicano Máximo Gómez, uno de los más renombrados jefes de la Guerra de los Diez Años, y un reducido grupo de patriotas, el 11 de abril del año citado.
Al realizar el desembarco por la zona de Playita de Cajobabo resumió en dos palabras lo que experimentaba en ese instante. Aseguró: “Dicha grande.”
Ya en los días siguientes encaró con firmeza la vida en campaña, el transitar en forma constante por zonas rurales y el peligro latente de tener que enfrentar a las fuerzas al servicio de España.
Patentizó lo que sentía en emotivas cartas que le escribiera a sus compatriotas y cercanos colaboradores Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, así como a Carmen Miyares y a sus hijos.
Por ejemplo, a Carmen y sus descendientes les manifestó: “…puedo decirte que llegué al fin a mi plena naturaleza, y que el honor que en mis paisanos veo, en la naturaleza que nuestro valor nos da derecho, me embriagaba de dicha, con dulce embriaguez. Sólo la luz es comparable a mi felicidad.”
Martí con su entrega a la causa por la independencia de Cuba no sólo arriesgó la vida y puso a un segundo plano el bienestar que le hubiera podido brindar su labor como escritor, periodista o educador, sino que también con ternura y a la vez con firmeza atendió y respondió las consideraciones que le hiciera su querida madre, Doña Leonor Pérez, lógicamente preocupada por la vida de su hijo.
Y esto se puso de manifiesto en lo que él le expusiera en lo que fueron las dos últimas cartas que le escribiera a Doña Leonor.
En la fechada el 15 de mayo de 1894 en Nueva York le señaló: “Madre querida: Ud. no está aún buena de sus ojos, y yo no me curo de este silencio mío, que es el pudor de mis afectos grandes y de mi modo de queja contra la fortuna que me los roba y como venganza de esta falta necesidad de hablar y escribir tanto en las cosas públicas, contra esta pasión mía del recogimiento, cada vez más terca y ansiosa.”
Y seguidamente le planteó al detallar cómo concebía que debía desarrollarse la existencia de los seres humanos: “Pero mientras haya obra qué hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar. Preste cada hombre, sin que nadie lo regañe, el servicio que lleve en sí.”
También le hizo la siguiente interrogante: “¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?”
Le especificó lo que haría de inmediato como parte de la labor que realizaba la que catalogó como “más pura, madre mía, que un niño recién nacido, limpia como una estrella, sin una mancha de ambición, de intriga o de odio.”
Martí le confesó a su querida madre que a otros podía hablarles de otras cosas y le especificó: “Con Ud. se me escapa el alma, aunque Ud. no apruebe con el cariño que yo quisiera, sus oficios; y a esa tierra infeliz donde Ud. vive no le puedo escribir sin imprudencia, o sin mentira.”
Le agregó: “Mi pluma corre de mi verdad: o digo lo que está en mí, o no lo digo.”
Igualmente le solicitó: “Déjeme emplear sereno, en bien de los demás, toda la piedad y orden que hay en mí.”
Más adelante al tratar acerca de su futuro le expresó con particular sencillez y a la vez con gran significación: “Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él, para iluminar alrededor. Siento que jamás acabarán mis luchas.”
Algo más de diez meses más tarde Martí le escribió lo que fue su última misiva dirigida a su madre. Le señaló: “Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted. Yo sin cesar pienso en usted.”
Seguidamente se refirió a las incomprensiones que había tenido que encarar en el seno de su familia, y en forma muy especial de su propia madre, por su decisión de poner su vida al servicio de la causa de su tierra natal.
Y le expresó: “Usted, se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y, ¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio?”
Le patentizó de inmediato el sentido que le atribuía a su vida y a la existencia de los seres humanos en general al expresar: “Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil.”
Además, le detalló que no obstante en él siempre estaba presente el recuerdo de sus seres queridos y particularmente el de ella al asegurarle: “Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.”
Como se puede apreciar Martí fue capaz de actuar, sin dejar de querer intensamente a su madre — ya su padre hacía años que había fallecido–, a sus hermanas y también a su hijo, en correspondencia con sus convicciones y el grado de compromiso que sentía con la lucha por la liberación de Cuba del dominio colonial español.
Y acerca de ello también quiso comunicárselo a su gran amigo mexicano Manuel Mercado cuando el 18 de mayo de 1895 comenzó a escribirle una carta que quedó inconclusa al producirse su muerte al día siguiente.
A Mercado en la citada misiva le señalaba: “Mi hermano queridísimo: Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo– de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.”
Seguidamente puntualizó: “Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiados recias para alcanzar sobre ellas el fin.”
Martí además evidenció su gran amor por Cuba y por otros pueblos de América Latina.
En esta carta fustigó la idea de los que deseaban la anexión de Cuba a los Estados Unidos y al respecto expuso: “Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos –como ese de Ud. y mío– más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia, les habrían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato y de ellos.”
Evocó asimismo su estancia en territorio norteamericano y detalló: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David.”
José Martí cayó en un enfrentamiento con fuerzas españolas en la zona de Dos Ríos el 19 de mayo de 1895.
Desapareció físicamente, pero continuó siendo un símbolo y estando presente con la brillantez de su existencia y legado y, por ende, fuente de motivación y enseñanza. Él con la fuerza de su ejemplo hizo realidad los principios que había expuesto con respecto a la muerte.
Baste recordar que él aseguró en un poema que creó en 1872:
¡Y más que un mundo, más! cuando se muere
En brazos de la patria agradecida,
La muerte acaba, la prisión se rompe;
¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!
¡Oh, más que un mundo, más! Cuando la gloria
A esta estrecha mansión nos arrebata,
El espíritu crece,
El cielo se abre, el mundo se dilata
Y en medio de los mundos se amanece.
Y también en el discurso que pronunció en la ciudad estadounidense de Tampa, el 27 de noviembre de 1891, ante un grupo de compatriotas suyos, enfatizó: “Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida.”
E igualmente manifestó: “…la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así de esos enlaces continuos invisibles se va tejiendo el alma de la patria!”
