«A las 7:35 de la mañana, del 21 de abril de 2025, hora local, el Obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre, después de dedicar toda su vida al servicio del Señor y de su Iglesia», fue el anuncio que resonó en la Plaza de San Pedro, en medio del repicar de campanas, dando a conocer a los fieles y al mundo el fallecimiento del Santo Pontífice, líder del catolicismo durante los últimos 12 años, a consecuencia de un ictus cerebral y un colapso cardiovascular irreversible.
Ha muerto Jorge Mario Bergoglio, su nombre de pila, el pontífice argentino, de 88 años, nacido en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, el mayor de cinco hermanos, cuyos padres huyeron de su Italia natal, para escapar del fascismo; a quien le gustaba bailar tango; tomar mate; el mismo que conservó hasta el final de sus días la pasión juvenil por el futbol y el amor por su club preferido, contó Gustavo Vera, quien guarda cartas de su gran amigo, donde habla de la «formación del equipo de San Lorenzo del año 46, recuerdos de su infancia».
Poco menos de 24 horas antes, Francisco, en lo que fue su última aparición pública, sentado en su silla de ruedas, escuchaba atento su mensaje por el día de la Pascua, o Domingo de Resurrección de Cristo, que marca el fin de la Semana Santa, leído desde el balcón de la Basílica de San Pedro por un clérigo asistente, pues su voz ya no le alcanzaba para trasmitir sus palabras. «Renovemos nuestra esperanza y nuestra confianza en los demás, incluso en quienes son diferentes a nosotros o vienen de tierras lejanas, trayendo costumbres, formas de vida e ideas desconocidas. Porque todos somos hijos de Dios».
«No puede haber paz sin libertad religiosa, libertad de pensamiento, libertad de expresión y respeto a las opiniones de los demás», leyó el clérigo, bajo la atenta mirada de Francisco. El escrito también hizo un llamado «a todos los que ocupan puestos de responsabilidad política en nuestro mundo para que no cedan a la lógica del miedo, que sólo lleva al aislamiento de los demás, sino que utilicen los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y fomentar iniciativas que promuevan el desarrollo». Tras hacer un recorrido por todos los conflictos que actualmente hay en el mundo, dijo que «la paz es posible», últimas palabras del legado del Papa # 266 de la Iglesia Católica, premonitorias de su cercano final, resumen de todo su postulado, sus pensamientos y acciones; por todo lo que luchó y promovió a lo largo de su servicio religioso.
Un Papa diferente
Recién estrenado como líder católico, en 2013, ya la «Revista Time» lo eligió «persona del año» por su estilo novedoso, su carácter cálido y humilde, y sus planes de reforma, características personales que lo llevaron a mediar en política internacional, como el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba (2015) y elproceso de paz en Colombia, entre muchas otras actuaciones que elevaron al rango de protagonismo a la Santa Sede en América Latina. Como primer papa latinoamericano yprimero de denominación jesuita, derivó la atención del Vaticano hacia esta parte del mundo, enfocándose en la decadencia económica, el medio ambiente y la corrupción, entre los principales problemas de la región.
Los funerales
Aunque los pronósticos del tiempo anunciaban posibles tormentas, un sol brillante acogió el funeral de Francisco, acompañando con su luminosidad al «Papa del pueblo», al que supo «dirigir con «un corazón abierto hacia todos». Política que aplicó hacia la comunidad LGBTI, los excluidos, los encarcelados, los migrantes, los desheredados y aquellos que sufren por las guerras, «a quienes el Papa Francisco tuvo en el corazón de su pontificado», como destacó en su sermón el cardenal Giovanni Battista, el encargado de oficiar la homilía de las exequias. Se reafirmaba así el ideal de Francisco que abogaba por «la cultura del encuentro y no la del descarte».
Más de 250 mil personas de todos los confines del planeta, se congregaron frente al Vaticano y sus alrededores, mostrando un respetuoso silencio, para dar el último adiós al vicario de Cristo, a un Santo Padre que, por su carácter cercano y cálido, ha sido muy querido por católicos y no católicos, ganándole también el mote de «Papa del mundo». A la ceremonia asistieron delegaciones de 130 países, 50 jefes de Estado, gobierno y representantes de distintas realezas. Pero no sólo hubo diversidad entre los asistentes a las exequias de Francisco. Por primera vez, la Oración de los Fieles, pronunciada en inglés, español, francés, árabe, griego y polaco, incluyó el chino mandarín, «para honrar la labor de Francisco quien veló siempre por garantizar la comunión de los feligreses, basándose únicamente en la fe y no en las diferencias que existen entre las iglesias», se informó oficialmente.
Otros detalles diferenciaron estos funerales de otros en el Estado Vaticano, el más pequeño del mundo, como la peculiar reunión entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y de Ucrania, Volodymyr Zelensky, para tratar la guerra con Rusia, suceso que pudiéramos analizar con dos lecturas: como una falta de respeto a la figura del pontífice en su funeral o, quizás, mirándolo positivamente, el tratar de dar solución a una de las principales arengas de su papado, en su memoria.
Precisamente, el cardenal Battista mencionó en su homilía la frase de Francisco: «Construir puentes, no muros», una máxima repetida por el pontífice, quien opinaba: «Una persona que piensa en construir muros, cualquier muro, y no en construir puentes, no es un cristiano». «Eso no está en los evangelios», frase resaltada ahora por Battista, decano del Colegio Cardenalicio,en presencia de Trump entre los líderes mundiales asistentes a la ceremonia luctuosa Dos días antes de las elecciones en 2024, que llevaron a Trump a un segundo mandato, Francisco advirtió sobre los «muros sociales» y los «falsos profetas», que alimentan el miedo y la intolerancia en la política.
El Papa de los cambios
Sin dudas, Francisco ya queda acuñado para la historia como el «Papa de los cambios», pues fueron esas transformaciones, esas sacudidas en las raíces y tradiciones de la Iglesiacatólica, como su accionar contra los abusos de niños por clérigos, no solo para que no vuelvan a ocurrir, sino también para avanzar en la reparación de las víctimas. «Abusar de niños, dijo, es una enfermedad»; aspectos que dieron un toque distintivo a su misión, durante la cual, a pesar de su edad, trabajó de forma incansable para difundir el mensaje de la Iglesia, recibiendo en el Vaticano líderes políticos, sociales y religiosos de distintas denominaciones y con un amplio periplo por más de 60 países, dejando todo un legado de innovación y de continuismo papal.
Incluso el nombre que eligió, Francisco, en honor a San Francisco de Asís, un santo italiano del siglo XIII, conocido como el Pobre de Asís, amante de la naturaleza, un alma que se entregó completamente a Dios, fundador de la Orden Franciscana conocido por su humildad, austeridad y dedicación a los más necesitados, marcó un hito en la historia de la Iglesia Católica. Y Francisco predicó con el ejemplo: usó un anillo de plata en vez de uno de oro; una cruz de metal, sin adornos; no usaba la muceta, la tradicional capa que acompaña la sotana papal, eligió no vivir en el Palacio Apostólico del Vaticano que incluye a la Capilla Sixtina, sino en la residencia de Santa Marta, donde ocupaba un pequeño departamento, pues creía que cualquier otra cosa sería vanidad; dos veces a la semana almorzaba en el comedor de Santa Marta, no con los prelados, sino con los mozos y los cocineros, y él mismo se servía su comida, como si fueran una familia. Expresión de su deseo más ferviente: lograr una iglesia más cercana y modesta, «pobre y para los pobres».
El entierro también marcó cambios, pues el sábado 26 de abril de 2025, el «sucesor de Pedro», «siervo de los siervos de Dios», fue inhumado en un nicho sencillo y sin adornos, en la tierra, como era su deseo; con una lápida que solo lleva la inscripción «Franciscus»; un sencillo rosario entre sus manos, con las decenas de color negro, una cadena plateada y un pequeño crucifijo. Sobre la cabeza una mitra blanca, alta, rígida, usada por el Papa y los obispos en ocasiones solemnes, adornada con un ribete dorado, que sustituyó la ostentosa tiara que se acostumbraba a usar hasta el siglo XX. La casulla roja cubre su cuerpo y, sobre ella, un palio blanco con cruces bordadas en negro, consistente en una banda de tela de unos dos metros de largo que los papas y otros altos jerarcas, llevan sobre los hombros en las misas pontificales. Un último acto: el rostro del Papa es cubierto con un paño blanco, antes de cerrar su féretro, y así, el líder de la Iglesia «es encomendado a Dios, en espera de la vida eterna».
Las campanas repican, mientras las puertas de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, se cierran, dando abrigo póstumo en su interior al primer Papa que es enterrado, en más de un siglo, fuera de las murallas del Vaticano.
Afuera se escuchan los aplausos y miles de voces que al unísono envían una cariñosa despedida al «Papa de la gente»: ¡Chao, Franciscus!