Revista Visión

5ta Edición

2da Temporada

Hablando con Teófilo Stevenson

Teofilo Stevenson

Una de las entrevistas que recuerdo con más cariño de mi etapa como reportera en Prensa Latina fue la realizada a Teófilo Stevenson, el gran boxeador cubano de todos los tiempos. ¿Y qué tenía yo que ver con el deporte y con el Triple Campeón Olímpico de Cuba? Nada. Absolutamente nada.

La idea de entrevistarlo para la revista Cuba Internacional surgió por una apuesta con mi amigo Urbano Gutiérrez, un magnífico periodista deportivo ya fallecido, quien, medio en serio y medio en broma, me dijo que era imposible sacarle dos párrafos seguidos a Teófilo. “El no habla, no sabe, no le gusta” me dijo convencido. Y con la seguridad del triunfador que no asiste al juego, dijo delante de un buen grupo de reporteros. “Te regalo una caja de cerveza si logras armarle¨ una entrevista”. Desafío sellado.

Lo primero: leerme todo lo que había declarado a la prensa el Campeón. Me fui de sorpresa a la casa de Teófilo, en Nuevo Vedado –una vivienda supermodesta en comparación con las que la rodeaban en las proximidades del ahora parque Ho Chi Minh- y le hice mi petición. Aquel inmenso hombre, en tamaño y sencillez, se apuntó en la aventura. “Claro que sí”, me dijo, mientras miraba a su hermano David, muy cómodo en un sofá cercano, como buscando una aprobación que, por cierto, no le hacía falta.

Teófilo era un ser lleno de sorpresas. Disponía para trasladarme de una especie de antigua furgoneta, con chofer y fotógrafo. Sin embargo, el muchacho de Puerto Padre propuso dejar su auto Lada –que para entonces era como tener un Mercedes Benz último modelo– y andaríamos en el casi desvencijado vehículo de Cuba Internacional, que él conduciría.

Este joven atleta -que terminaba sus combates en el primer round por nocaut, famosísimo en todo el planeta, y a quien quisieron comprar por un millón de dólares para que abandonara Cuba, a lo que se negó rotundamente, conversaba con fluidez, solo cuando quería, como cualquier otra persona. Creo que mi estimado amigo Urbano, al parecer, no tuvo mucha empatía con el Campeón cuando quiso obtener de él, aunque fuera unas cortas declaraciones.

No quiero decir que fuera un papagayo. No. El secreto consistió en hablarle de lo que él sabía hacer mejor: boxear. Y de irle dando la vuelta a los temas cómodos para él, como recuerdos de la infancia, cuando empezaron a llamarle Pirolo; cómo sus amiguitos evitaban molestarlo; su cariño hacia sus padres, de orígenes muy humildes; el significado en su vida de ciertas personas, como su primer entrenador, de Fidel Castro y de Alcides Segarra. Su amor por Cuba, sus principios políticos. 

Durante varios días, y parte de sus noches, compartí con el gigantón que hizo muy buenas migas con mi familia y en especial con mi hija Mariela, entonces con nueve años, quien guarda con mucho amor una foto que les hicieron juntos.

Visitamos la finca Los Monos donde entrenaba, el estadio de La Polar para hacerle fotos, conversamos con parte del equipo de boxeo.

Una tarde que andábamos de recorrido por La Habana, le pedí llegarnos a darle una vuelta a mi niña y a mis padres, pues el campeón era incansable. Y había hambre en el ambiente. Le pedí a mi mamá que nos preparara algo. Mi padre estaba preocupado. “¿Tú te imaginas si a Teófilo le cae mal la comida, ¿cómo luego se lo explicamos a Fidel?”.

Mi mamá le hizo una gran tortilla de seis huevos, que comió con arroz y una abundante ensalada, y una tremenda jarra de yogurt. La advertencia materna llegó rápida: si hay otra ocasión trae comida, porque Teófilo come como un león.

Luego me fui a conocer a su mamá y otros familiares, el entorno de su infancia y adolescencia a la provincia de Las Tunas. Su padre, Teófilo Stevenson Parsons fue un inmigrante nacido en la isla San Vicente, que llegó a Cuba en la década de 1920 para trabajar en el corte de caña. Su madre, Dolores Lawrence, aunque nacida aquí, era hija de oriundos de la ínsula San Cristóbal. Sus “viejos”, como él los llamaba, nunca quisieron mudarse a La Habana.

Con la familia tunera estuve conviviendo tres días. Hablamos y visitamos el central Delicias, el puerto cercano. De los inicios del grandulón de su hijo en el boxeo y los consejos de sus maestros: pónganlo en el deporte porque este muchacho se pasa la vida “fajao”.

Retorno a La Habana y puntos finales de aquella entrevista que duró varios días, viajes en avión, recorridos callejeros, diálogos con sus amigos.

El final fue feliz. La entrevista ocupó ocho páginas de Cuba Internacional, cuya sede el Campeón visitó y se fotografió con sus trabajadores en una nueva fiesta del periodismo, el deporte y la admiración hacia aquel humilde boxeador, arraigado a su infancia y sus orígenes.

¿ Urbano?. Feliz por haber perdido su apuesta. ¿Y yo?. Felicísima por haber ganado un amigo sincero, preocupado, y humano, muy humano.