Quizás no debí ser periodista y ser profesora. La vida, esta rica vida que me ha tocado en el plano profesional, me ha permitido ser las dos cosas. Las niñas de mi generación empezaban desde muy pequeñas a asistir a las escuelitas de barrio, y desde los cuatro años, mi primera profesora, jamás olvidada, Zenaida Pérez, me enseñó a leer y a escribir en mi natal Yaguajay.
Y al igual que aun la recuerdo, y a muchas otras, como la Dra. Nuria Nurys, que me adentró en el mundo de la literatura latinoamericana; esas mujeres, y hombres también, me dejaron maravillada ante un universo de conocimientos que muchísimo me han servido para escribir de manera correcta, sencilla, amable, con bellas membranzas literarias,
Ellos propiciaron, como el profesor José Benítez, la investigación hasta el límite final, para transferir luego al lector medio de manera sencilla y correcta un tema enjundioso y delicado. El manejo de los números, las estadísticas, las comparaciones, la búsqueda de la verdad entre cientos de datos.
Algunos mayores, como Manuel Galich, me introdujeron en la magia de las culturas indígenas, de cuyo influjo jamás he podido librarme, de la magia de los pueblos autóctonos; de la literatura de las etnias que conocieron antes que otros hombres llegados de Europa las matemáticas y el cálculo, las estrellas, el misterio del sol y el calendario de la existencia.
De los mayores aprendí mucho porque además nunca impusieron criterios. Solo avistaron el camino y me dijeron: coge por ahí y retorna sino estás preparada y busca entonces otros senderos.
Quien conoce el valor de la experiencia –las que me entregaron y la que busqué en mi andar por el periodismo cubano e internacional-, valora lo que puede aprenderse de quienes dedicaron la mayor parte de sus vidas al análisis consciente, la formulación exacta, la investigación certera, la crítica del pensamiento crítico. En síntesis, la búsqueda de la verdad.
Me resulta difícil pensar que los jóvenes – a quienes no creo hayan expuesto a esa novedad– estén desinteresados en aprender con profesionales que les pueden entregar lo que no se encuentra ni en los libros ni en la Internet.
Siempre me ha interesado y divertido compartir con los jóvenes, porque si algo de exigente tiene esta profesión es que te preserva del pensamiento anquilosado.
Periodista que se tilde de serlo y no lea, no estudie, y no esté al compás de los tiempos, eso sí nunca se entenderá con los que empiezan y sus simplezas, sus convicciones de que todo lo saben cuando les queda una vida entera para aprender.
Escribir una nota, de sencilla apariencia, es como componer una sinfonía que luego, yo al menos, repito en voz alta. Si hay un sonido discordante, esa pieza no sirve o al menos hay que encontrar donde falló el solfeo. Y eso no se aprende en una Facultad.
Sería un placer intercambiar con muchachos que se adentrarán en nuestro mundo. Brindarle trucos, habilidades, eliminarle vicios, enseñarlos a meterse en un universo que aun no les es propio pero del que nos adueñamos como si nos perteneciera desde siempre.
Los jóvenes estudiantes de periodismo escucharían música con las mejores palabras convertidas en notas, y quizás de ellas les salgan alas para volar mas alto.
Nosotros, que hemos actuado para las mejores orquestas, podríamos inventar otras piezas novedosas con el uso de las plataformas de internet y sus secretos, sus algoritmos enredados en apariencia pero que se pueden convertir en programas de inteligencia artificial por obra y gracia de la mano humana.
Ojalá algunos decisores entendieran la necesidad de intercambios con los que ahora empiezan. Se que esta seria una iniciativa muy bien acogida por el Grupo Asesor. Sería un placer brindar conocimientos y recibirlos de lo que será la futura vanguardia periodística de este país, donde ejercer esta profesión es una tarea ardua, difícil, pero a su vez reconfortante en estos años, en los que ya pasaron y los que vendrán.