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2da Temporada/Mayo 2025

¿Un Observatorio para cuidar el uso del idioma?

¿Un Observatorio para cuidar el uso del idioma?
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La UPEC no permanece indiferente a las incorrecciones en el uso del lenguaje apreciadas en medios de prensa del país. Si en ellas solo incurriese “gente del pueblo”, ya sería un hecho alarmante, por lo mucho que el país ha invertido en la educación masiva. Pero también las cometen profesionales con títulos universitarios y, en particular, con alta responsabilidad en la comunicación social.

Por ello, en la UPEC se valora la propuesta de crear un Observatorio para seguir de cerca el problema y sugerir modos de revertirlo. La iniciativa, que todavía es un desiderátum, está en manos de su sección denominada Grupo Asesor, la cual reúne a jubilados, una fuerza de larga experiencia en distintos frentes de la prensa.

Los motivos de alarma no son pocos. Abundan muestras del desconocimiento de recursos elementales del idioma, como las preposiciones y las conjugaciones verbales. En cuanto a las primeras, con frecuencia se leen o se oyen enunciados como “Eso ocurrirá independientemente a lo que decidan los organizadores de los Juegos”, “Nada nos entusiasma tanto que ver el avance de planes vitales para el país”, “Juan es mayor a Pedro”, “Ese grupo es superior que el otro”. ¿Será necesario añadir aquí las formas correctas?

En lo tocante a conjugaciones se oyen enunciados como el siguiente: “El corredor se apresura en su corrido y lo forzan en segunda base”, en lugar de “lo fuerzan”. La violación de las normas concierne de manera particular al verbo haber, asiduamente conjugado como si fuera el verbo personal que no es. Eso da lugar a oraciones como “Aquí habemos varias personas”. Que las pifias en esa esfera se hayan generalizado, ¿avala que los profesionales las consideren válidas? No faltan indicios de que hay quienes pretenden enmascarar los frutos de su impreparación calificándolos de licencias.

Por todos lados asoma el uso del plural los, en construcciones donde procede emplear el singular lo. Se aprecia en enunciados como “Se los digo, queridos televidentes”, en lugar de lo correcto: “Se lo digo, queridos televidentes. Pulula también el desconocimiento de cuándo emplear el plural les o el singular le. El primero es pertinente en “Les informamos, queridos televidentes…”; el segundo, en “Le informamos, querido espectador…”.

Si un enunciado como “A ustedes, queridos lectores, les informamos el nuevo horario” [o lo que sea, pero de número singular] se abrevia con el empleo de pronombres, queda en “Se lo informamos queridos lectores”. Ahí se sustituye a les, y lo a el nuevo horario, para evitar la forma cacofónica “Les lo informamos, queridos radioyentes”. La forma abreviada de “Ahora, estimados televidentes, les informamos los cambios [u otro complemento de número plural], quedaría en “Se los explicamos…”, por la misma búsqueda de eufonía.

El plano lexical no se libra de errores. En un espacio cultural —es decir, que trata sobre arte y literatura— se ha oído a un especialista confundir diatriba con elogio, y decir que a un relevante músico su desempeño de alta calidad le ha valido alabanzas y diatribas, en un contexto donde se aprecia la intención de usar sinónimos. Mientras que en una narración deportiva dádiva se ha usado como sinónimo de máxima o refrán: “Una vez más se confirma que después de la dádiva viene el jit”, y égida (escudo) se ha forzado como sinónimo de norma o premisa.

¿Qué decir, en general, de hechos que tanto empobrecen la expresión, como confundir escuchar y oír, o el asesinato de aquí y su indiscriminada sustitución por acá? Incluso entre académicos y científicos de diversas áreas, algún falso cultismo hace creer que estadio es vocablo del ámbito deportivo, y estadío corresponde a una etapa determinada en un proceso dado, como un período en la evolución histórica o una fase en una investigación. Pero se trata del mismo vocablo, estadio, que de su origen deportivo pasó metafóricamente a los otros usos citados, por asociación con el área plana y delimitada que ha distinguido a los estadios desde la antigüedad griega, pasando por la latina. Muchos errores que se reiteran son expresión del desconocimiento de personajes y sucesos que se suponen de dominio general.

Trátese de la comunicación profesional o de la cotidiana, no todo el lenguaje es idioma en sentido estricto, no se reduce a cuestiones de sintaxis y gramática. Con frecuencia en nuestros medios se asumen términos de noticias elaboradas con posiciones contrarias a la que debe entenderse como propia de la Cuba revolucionaria y sus profesionales. Así es posible que terrorista y radical, por ejemplo, se repitan con el sentido que les dan agencias capitalistas. Y cómodamente se le regala a un personaje siniestro como Javier Milei el rótulo de libertario, que él deshonra. Un estudio aparte requeriría el abuso acrítico y la desfiguración del concepto democracia.

Los posibles o reales errores o prácticas impugnables llegan a cómo profesionales de la comunicación usan los recursos digitales de que disponen, posiblemente proporcionados por los medios para los cuales trabajan y de los que reciben salario. No faltan casos que muestran una entrega excesiva e irresponsable a la banalidad, a la falta de rigor, al narcisismo, al sexismo, al mal uso del real o supuesto humor, y a otros rasgos que no parecen propios de ningún profesional serio, menos aún en el área de la comunicación social.

Sí, ciertamente la UPEC no debe mantenerse ajena a problemas que le incumben, ni guardar pasividad ante ellos, aunque no estará a su alcance resolverlos por su cuenta. Y, si no puede ser únicamente labor suya entendida la organización en su totalidad, menos podrá serlo de una sola de sus secciones, por mucha experiencia que tengan sus integrantes, aunque ellos fueran la reserva nacional de la sabiduría.

Es necesario empezar, a nivel de país, por el estado de los planes y, sobre todo, la consumación de la enseñanza. En el caso de la comunicación social —que es lo inmediato para la UPEC— urge revisar la cantidad y la intensidad de las clases de español que los estudiantes de la carrera reciben en las universidades, a las que llegan con una preparación que no parece aconsejable considerar satisfactoria. En esas condiciones no es sensato suponer que un solo semestre cubra todas sus lagunas.

Tratándose de la comunicación social ejercida profesionalmente, ¿dónde están los encargados de velar por la calidad de lo que se hace en cada área laboral? ¿Será que quienes deben hacerlo tampoco han recibido en sus años de estudiante la formación necesaria en cuanto a conocimientos y actitud profesional? ¿Será que carecen de interés? El caso es que las pifias se repiten con pasmosa tranquilidad.

Si se suma la posibilidad de que —por las razones y sinrazones que sea— en el país no se haya logrado un ambiente que propicie o exija de veras tener el debido afán de superación, los resultados no podrán ser satisfactorios. Si, además, no se entiende que para el desempeño de la comunicación social el dominio del idioma es un deber que no se debe poner por debajo de los otros deberes —políticos, éticos, sociales—, cabe esperar que todos sus fines puedan estar mal defendidos.

El uso es motor decisivo en la evolución del idioma. Pero en pueblos verdaderamente instruidos se debe aspirar a que el combustible con que ese motor funcione no sean la ignorancia y el descuido, sino el conocimiento y la preocupación. Tranquilizarse con la idea de que los usos deficientes de la lengua son un problema extendido en el mundo, recuerda aquello de que mal de muchos no es precisamente consuelo de sabios.

No es superfluo el deseo de que en la comunicación se domine el lenguaje. Así como un albañil debe saber cómo colocar los ladrillos, y colocarlos bien, y un cirujano está obligado a manejar con destreza el bisturí o el rayo láser, el comunicador social tiene el deber de usar bien el idioma, que es un código de señales, como el semáforo, el cual, de violarse, puede causar tragedias. No menospreciemos las que pueden ocurrir cuando se violan las normas de lengua.

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