Me llegó como un mazazo, el martes 4 de febrero, la muy triste, dolorosa, noticia del fallecimiento de Abel Sardiña, nuestro compañero y colega de muchos años de bregar en las huestes de Prensa Latina (PL), donde era conocido en la redacción cablegráfica por sus siglas AS.
Para quienes emprendimos junto a Abel el sendero del periodismo revolucionario, en la turbulenta década de los 60 del siglo pasado, nos vendrá a la mente su sonrisa ruidosa, su vivacidad, su natural inteligencia campesina, ganas inconmensurables de beber conocimientos, de superar obstáculos, traspasar barreras, ir siempre por más y luchar sin denuedo por estar siempre entre los mejores, los sobresalientes en aquel curso insustituible– e irrepetible– de periodismo en la Escuela Superior del Partido Comunista de Cuba “Ñico López”.
Decía proceder de Corralillo, en la entonces provincia de Las Villas, pero su acento lo delataba como oriental, pues había nacido en una localidad de Puerto Padre desde donde sus padres se trasladaron cuando era pequeño.
En lo personal, lo que más me impresionó de AS fue saber que apenas había concluido el sexto grado y se aprestaba a iniciar estudios secundarios junto con las tareas de líder juvenil, cuando la dirección del PCC de en ese municipio villareño se percató de su talento y empeños para apostar por él ante el llamado a formar periodistas de nuevo tipo.
No solía mostrar limitaciones, muy por el contrario, se empeñaba a fondo en las clases de Gramática y Redacción que superaban su nivel, pues el resto del grupo estaba en los umbrales de estudios superiores; se destacaba en Filosofía y Economía Política, fue veloz en taquigrafía, despuntaba en Historia del Movimiento Obrero Internacional y no cedía un ápice a los demás en Organizaciones y Organismos Internacionales.
Cuando mostraba deficiencias en los dictados, por alguna falta de ortografía, solicitaba a alguien del colectivo que en las horas libres le dictara el mismo texto una y otra vez hasta que lo concluía a la perfección.
Así, con esa pasión inamovible, terminó con calificaciones destacadas, entró en Prensa Latina el 5 de junio de 1968 junto con unos cuantos de su curso e inició una destacada carrera que le valió para varias designaciones como corresponsal jefe en algunos puntos calientes de Nuestra América en aquella época compleja.
Y así, cosechando éxitos, cultivando importantes amistades y contactos, hizo significativos aportes en las redacciones a cargo de América Latina y el Caribe, a los núcleos del Partido Comunista de Cuba, la sección Sindical, la UPEC, participó en infinidad de movilizaciones para la defensa, trabajo voluntario, y brindó siempre asistencia profesional a los nuevos ingresos desde su silla en la mesa de edición.
Llegó a la jubilación, pero nunca se desvinculó de PL, se alegraba con nuestros éxitos, sufría con nuestros problemas y dificultades y tuvo hasta su último aliento un profundo sentimiento entre orgullo y nostalgia por el medio en que se formó y brilló con luz propia.
Mil anécdotas, situaciones escabrosas, coberturas trascendentes y experiencias vividas en esos años surgían de su mente y su voz siempre amena en cada encuentro con colegas y amigos, todo resumido en una especie de agradecimiento tácito a este país en revolución que le ofreció la oportunidad de realizarse en escenarios en los cuales nunca había siquiera imaginado.
Partió físicamente Abel Sardiña, hermano del alma, amigo fiel y colega en este oficio que desempeñó con profesionalidad, profundidad y altura.
Para él nunca fueron consignas, sino razones de ser, la posición de principios del fundador y primer director general de Prensa Latina, Jorge Ricardo Masetti: “Nosotros somos objetivos, pero no imparciales. Consideramos que es una cobardía ser imparciales entre el bien y el mal” y los fundamentos de la UPEC para sus miembros: “Por un periodismo crítico, militante y creador”.
Por todo eso, por la obra de su vida, Modesto Abel se instaló para siempre en nuestra memoria y nuestros corazones. La manera más tangible de estar siempre con y entre nosotros.