Los grupos anti-régimen tomaban el control de algunas aldeas del campo occidental mientras continuaban los enfrentamientos entre el régimen de Bashar al-Assad y el grupo armado de oposición Hayat Tahrir al-Sham (HTS) en Alepo, Siria, el 27 de noviembre de 2024.
¿Os imagináis que, tras el criminal atentado en la sala Bataclán de París, los medios en otras partes del mundo hubiesen llamado «rebeldes» a los miembros del ISIS?. ¿Os imagináis un titular que se preguntara por qué «Hollande tiembla»? Pues todo esto ha ocurrido en medios españoles durante estos días, luego de la agresión coordinada del grupo terrorista Hayat Tahrir al Sham (antes conocido como Frente Al Nusra) en las provincias de Idlib, Hama y Alepo, en Siria.
Hayat Tahrir al Sham es la filial de Al Qaeda en Siria. Su germen, el Frente Al Nusra, se fundó en 2012 al inicio del conflicto armado en Siria, como una extensión de Al Qaeda en Irak, grupo que derivaría en el autoproclamado Estado Islámico (ISIS).
En 2013 se produjo un enfrentamiento y Al Nusra comenzó a operar bajo la supervisión directa de Al Qaeda, distanciándose del ISIS. Sin embargo, el objetivo principal de ambos sigue siendo el mismo: derrocar al gobierno del presidente sirio, Bashar al Assad, con el propósito de establecer un estado islámico bajo la ley de la sharía en un país caracterizado por su naturaleza multiconfesional y multiétnica.
Es esta, y no otra, la mal llamada ‘guerra civil’ siria, donde unos grupos pretenden imponer un modelo que supone la erradicación de la mayor parte de su población y de los principios que han garantizado históricamente la consolidación de Siria como Estado y como nación.
Hayat Tahrir al Sham es considerada una organización terrorista por Naciones Unidas, también por EE.UU. y la Unión Europea, pero esto no impide que el relato sobre el conflicto armado en Siria se pervierta en los medios de comunicación occidentales y en los discursos y acciones de los representantes políticos.
Una vez más, vemos en los medios esa asentada tradición occidental de «apoyar» a los monstruos en distintas partes del mundo: nazis en Ucrania, takfirís en Siria o Irak, oligarquías corruptas y fascistas en América Latina, o el clásico de los muyaidínes de Afganistán.
Cabe destacar que Hayat Tahrir al Sham es considerada una organización terrorista por la ONU, EE.UU. y la Unión Europea. Sin embargo, esto no impide que el relato sobre el conflicto armado en Siria se distorsione no solo en los medios occidentales, sino también en los discursos y acciones de sus representantes políticos. A fin de cuentas, estos grupos comparten con ellos un interés común: la destrucción de la República Árabe Siria.
¿Por qué quieren destruir Siria?
Aunque Siria no posee grandes reservas de petróleo, como otros países vecinos, su ubicación es clave para las rutas energéticas y estratégicas de la región. Además, desde su independencia de Francia en 1946, Siria ha construido su identidad nacional bajo principios de soberanía política, a pesar de los embates neocoloniales, especialmente por parte de su antigua metrópoli. Su identidad se ha basado en las ideas del panarabismo, el socialismo árabe y en la realidad multiconfesional del Estado sirio. Esto ha llevado que esa nación, entre otras cosas, sea una aliada clara de los procesos de descolonización y se oponga a la injerencia de las antiguas potencias coloniales en la región. Incluyendo, por supuesto, el rechazo al Estado de Israel y un apoyo histórico e inquebrantable al pueblo palestino.
Desde 1967, además, el Estado sionista ocupó una parte del territorio sirio: los Altos del Golán. En diciembre de 1981, cuando Menachem Begin era primer ministro, Israel decidió unilateralmente anexionar ese territorio, pese a que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en su resolución 497, declaró que esa acción era «nula e inválida, y sin efecto legal internacional».
Otra verdad oculta, entre relatos interesados, es que el hecho de que Israel carezca de Constitución política y límites fronterizos claros facilita este tipo de arbitrariedades. Siguiendo esta lógica, en Oriente Medio los cambios en el mapa se realizan por la fuerza, siempre y cuando se cuente con el apoyo de EE.UU., Reino Unido, Francia o alguno de sus aliados. Un respaldo que, en el caso del Golán, llegaría en marzo de 2019, con Donald Trump, cuando el republicano reconoció de manera unilateral la anexión israelí de este territorio sirio sin justificación alguna.
La construcción del relato ha sido determinante durante todo el desarrollo del conflicto armado en Siria. La disonancia cognitiva llega hasta tal punto más de una década después, pese a las incoherencias manifiestas. Otro elemento clave detrás de los intereses occidentales en destruir el Estado sirio está en sus relaciones internacionales, especialmente con países como Rusia e Irán.
Aunque los vínculos entre Moscú y Damasco son históricos, se vieron reforzados tras el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la URSS y Siria, recién independizada de Francia, en 1946. Los nexos se fueron consolidando con los años, a través de múltiples acuerdos de carácter militar, económico y político.
Entre otros importantes acontecimientos, por ejemplo, la Unión Soviética apoyó a Siria en 1967, tras la ocupación por parte de Israel de los Altos del Golán.
Después de la desintegración de la URSS, se produjo un declive de las relaciones debido a la situación interna que padecía Rusia. No obstante, la coyuntura dio un vuelco con la llegada al poder de Vladímir Putin. En la actualidad, Moscú es un aliado fundamental para el Estado sirio, en medio de un contexto de agresiones constantes.
En el caso de Irán, las relaciones se fortalecieron a partir de la década de los 80. Hoy en día, ambas naciones son principales referentes del llamado ‘Eje de la resistencia’ contra la injerencia occidental en Oriente Medio. Y Siria se convirtió, además, en el primer fracaso de la estrategia de desestabilización que se inició con las llamadas ‘primaveras árabes’ y que devino, entre otras cosas, en la destrucción de Libia.
También podemos advertir que atacar a Siria también cumple una segunda función: atraer a sus aliados internacionales en un escenario donde tanto Rusia como Irán son amenazados y considerados enemigos por Occidente.
El profesor y autor del libro ¨Siria en perspectiva¨, Pablo Sapag, señaló estos días en un artículo que los hechos del fin de semana atendían, en efecto, a una campaña de propaganda armada. En ese sentido, precisó que los tiempos y las imágenes que trascendieron al mundo estaban diseñados para mostrar una supuesta debilidad del Estado sirio con un objetivo muy concreto.
La construcción del relato ha sido determinante durante todo el desarrollo del conflicto armado en Siria. La disonancia cognitiva llega hasta tal punto que más de una década después, pese a las incoherencias manifiestas, podemos seguir leyendo en la prensa referencias a los «rebeldes» sirios o a la «guerra civil», aún asumiendo que se trata de grupos a los que ellos mismos consideran organizaciones terroristas.
Desde el gobierno ruso han destacado la presencia de fuerzas ucranianas en el territorio. La República islámica de Irán ha señalado a Israel. En cualquier caso, no serían opciones excluyentes.
Es evidente que a Ucrania le interesa ocultar sus fracasos en el frente de batalla y tratar de abrirle otro frente a Rusia. Del mismo modo, Kiev busca llamar la atención de EE.UU., ante un escenario imprevisible donde parece que Occidente empieza a mostrar una creciente desgana por el conflicto, mientras que la escalada en Oriente Medio gana protagonismo.
Por otra parte, Israel busca desesperadamente ocultar su fracaso en Líbano y seguir distrayendo a la opinión pública del genocidio en Gaza. Pero no perdamos el foco, en última instancia, EE.UU. y sus aliados europeos son los que se esconden detrás de los monstruos que han ido creando en distintas partes del mundo para garantizar sus intereses.
(Nota de Redacción) Tres días después de publicado este artículo cayó el gobierno de Damasco. El presidente sirio, Bashar al Assad, se encuentra asilado en Moscú, Rusia.