Escribir sobre el pasado – presente tiene su razón en que debe ser aleccionador. Tengo una anécdota de mis búsquedas de temas que se tornan de repente complejos y que en la vida de una joven periodista dejó huellas que todavía no he olvidado.
En uno de mis primeros trabajos debí entrevistar al ¿director o o administrador? no recuerdo cómo se le llamaba el jefe del mercado de Cuatro Caminos, entonces recién abierto o, recién descubierto, pues es un edificio de venta de distintos productos de larga data en la historia habanera.
Tampoco recuerdo al detalle, pero cuando llamé por teléfono a su dirección con el fin de concertar una entrevista con aquel funcionario, la persona que me atendió dijo como algo natural: Periodista, la carne de caballo la vendemos los lunes, se la voy a dar para ese día. Le aclaré a la interlocutora que mi intención no era ir de compras.
Llegó el día acordado con el funcionario y me recibió en la antesala del jefe una muchacha correctamente vestida que me atendió de maravilla y hasta establecimos una conversación que resultó ser informativa y a la vez transparente de lo que allí ocurría.
Sus palabras fueron ayudadas por gestos manuales, como enseñarme su mano abierta señalando cada uno de sus dedos diciendo: si este roba, (tocó el meñique), continuó el mismo gesto y sentencia con el anular, el del medio, el índice, y cuando solo le quedaba el pulgar pronunció: este no roba, pero mire lo qué le pasa cuando los demás cierran la mano y lo dejan dentro.
Me quedé atónita. Aquellas señales indicaban que algo funcionaba mal en el centro. Hice el trabajo, sin mencionar la mano cerrada. Muchísimos años después, me pregunto si repitiera la visita a ese u otro lugar con similitudes, si pasaría iguales apuros. La interpretación de esta anécdota se la dejo al buen entendedor.