Año 1973. Cuando apenas era una aprendiz de periodismo me ordena el jefe de redacción de Granma la cobertura de una conferencia de prensa televisiva, pero no ante una pantalla, sino desde el mismo estudio. Era una nueva experiencia y tenía que crear mis condiciones: procurar un asiento desde donde viera a los panelistas y pudiera escucharlos bien, atender a las ideas principales, y apoyar mi libreta de notas en mí misma cartera de manos porque allí no había pupitres con brazos, ni mesas para los periodistas. Era jugar ¨al pelao¨.
Yo, feliz. Era mi primera vez cubriendo en vivo y directo en un estudio.
Todo marchaba bien hasta que en la semipenumbra del salón me percato que mi bolígrafo no tenía tinta. Y los comparecientes hablando, entre ellos el siempre querido Jaime Crombet. ¿Y qué hago ahora? Porque a Jorge Enrique Mendoza, el director de Granma, ni imaginarse una podía diciéndole que no llevaba la noticia por carecer de un bolígrafo de repuesto. El regaño habría sido fuerte.
Entonces, con la mejor sonrisa, me acerco a mi vecino de silla más cercano y le pregunto, ¨Hágame el favor, usted tendrá un bolígrafo que me preste que se me…..¨y bla bla bla.
Aquella persona, a quien no conocía, pero que –por donde estaba sentado- era un alto funcionario del gobierno, pegó su boca a mi oído y me dijo bajito: ¨Le voy a hacer un regalo, pero para el futuro nunca más salga con una ¨plumita¨.
No fue un simple obsequio. Era una de aquellos super bolígrafos con cinco tonos de tinta.
¨Pero… le dije, no puedo aceptar… este bolígrafo es muy valioso¨. Reconozco que nunca había tenido uno de ese tipo en las manos.
Y con un tono de buen humor respondió: Te digo como en los versos de Martí ¨no te preocupes, yo tengo más en mi casa. Luego supe que se llamaba Flavio Bravo, quien años después sería el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Y si ven en mi cartera, y aunque vaya a pasear, siempre encontrarán tres o cuatro ¨plumitas¨.