Era el 5 de junio de 1968. Prensa Latina se aprestaba a celebrar su noveno aniversario en modo Revolución, con un torrente de sangre nueva, aunque sin experiencia, que para iniciar la vida profesional irrumpió en su sede histórica en el quinto piso del edificio del retiro médico en 23 y N.
Hace solo unos días, conversando con José “Pepe” Arias, nos vino a la mente esa jornada inolvidable- para los dos, porque estábamos en el mismo salón del Palacio de la Revolución reunidos con Armando Hart, quien nos hablaba de la importancia de formar revolucionarios que ejercieran el periodismo, lo que precisamente se estaba materializando con el final del curso en la escuela Ñico López y cuya primera hornada lo escuchaba con emoción.
Acto seguido, Hart se puso de pie y con un pliego en la mano comenzó a leer nuestros nombres y el medio nacional al que se nos asignaba. El grupo para PL– al que se sumó Arias entonces como jefe de la redacción de África y Medio Oriente (poco más adelante sería el nuevo administrador general) — partió de inmediato hacia la nueva tarea en un pequeño bus Robur de la RDA y tras el recibimiento de rigor se produjo la distribución por las diferentes redacciones.
No era mi primer encuentro con la Agencia. La conocí unos meses antes, cuando me tocó realizar prácticas allí en la redacción que entonces se llamaba Cuba (hoy Nacional), bajo la batuta certera y magistral del Juan Sánchez Sánchez, pintor, profesor, escritor y periodista de relevantes e incontestables méritos.
Constituyó el comienzo de una trayectoria que, de manera alguna fue un sendero plagado de rosas, todo lo contrario, pues después de las enseñanzas de la academia pasamos por el rigor profesional de la agencia, un sello distintivo desde su primer despacho el 16 de junio de 1959, aquel parto de una nueva era en el periodismo en América Latina y el Caribe, la piedra en el zapato de las omnipresentes y todopoderosas AP y UPI que nos auguraron unos pocos meses de vida.
Con un nuevo director general, José “Pepin” Ortiz — a quien poco recordamos, lamentablemente– aquel grupo se fogueó con lo mejor del periodismo que tuvo entonces PL y el país, hombres de la talla de Jesús Martí, Leoncio Fernández, Edel Suarez, José García, Carlos Mora, Orlando Contreras, Pedro Martínez Pírez, Pedro Atienza Simarro, Telmo López, entre otros, a quienes nunca le tembló la voz para rechazarnos con dos palabras un despacho deficiente o para hacernos un escueto elogio a una redacción bien lograda.
Fue una escuela única, insustituible y –en mi modesta opinión– aún no reeditada en los anales del periodismo revolucionario. Meses después se robusteció aquella tropa entusiasta y aguerrida con la llegada de un puñado de universitarios de carreras de letras con inclinaciones de hacer periodismo, la mayoría del cual pasó la prueba de fuego y engrosó nuestras filas.
Fueron esos primeros años determinantes en el dominio de la profesión en ese complejo mundo del estilo cablegráfico, al decir del profesor Juan Sánchez, una novedad en la prensa cubana habituada a tomar esos servicios en las agencias estadounidenses. Y junto con el ejercicio del ese nuevo periodismo, asumimos el deber ciudadano del momento, impulsado como nadie por Pepín, de integrarnos a las milicias en la protección de PL, al trabajo voluntario agrícola semanal en la finca que teníamos en El Cano o en cualquier otra movilización, cursos de superación en idiomas, movilizaciones en las zafras azucareras, más tarde en las microbrigadas, todo sin abandonar el objetivo principal.
Hoy, a 65 años del nacimiento de PL, es natural –e insoslayable– el recuerdo a la Operación Verdad desplegada por Fidel Castro y el Che Guevara y su posterior empeño en llevar a la realidad la idea de Jorge Ricardo Masetti para crear la agencia como un imperativo de la revolución triunfante que no tenía nada que ocultar y sí mucho que mostrar a América Latina, el Caribe y el mundo.
Mencionar –y no perder nunca de la mente y el corazón por larga y encumbrada que sea la lista– a todos aquellos colegas venidos de todo el subcontinente a echar rodilla en tierra junto con los periodistas cubanos para forjar, dar trascendencia y reconocimiento internacional a Prensa Latina y a la causa revolucionaria en el subcontinente, por la cual algunos dieron sus vidas en disímiles circunstancias y escenarios.
Del tesón, la maestría y la entrega de sus huestes dependió que tuviéramos sino el mejor, uno de los mejores centros de documentación e información del país (CEDOI), la mejor publicación económica del subcontinente: Panorama Económico Latinoamericano (PEL) y su anuario, uno de los más ricos archivos fotográficos, y valiosos volúmenes de datos deportivos…
Cumplidos 65 junios, los prensalatineros de hoy, pese a las difíciles y adversas condiciones en las que se desempeñan en la sede de La Habana y en las numerosas corresponsalías diseminadas por el orbe, tienen la voluntad –y la obligación– de ser fieles a aquellos iniciadores y el compromiso de hacer prevalecer los principios establecidos en aquel histórico nacimiento: La verdad como divisa; objetivos, pero no imparciales, como proclamó Masetti al presentar las cartas credenciales de Prensa Latina.