EL PERIODISTA HEMINGWAY

Ernest Hemingway, además de gran periodista, escritor, aventurero y amigo de Cuba, era supersticioso.

Comenzó su carrera muy joven en el periódico Star como reportero policial y rodeado de grandes lumbreras del periodismo estadounidense. Dame verbos le aconsejaban sus colegas cuando revisaban sus informaciones, pedido vigente en la actualidad para quienes inician la profesión.

La inmediatez era otra de sus obsesiones. Ser el primero en informar de un acontecimiento y estar en el borde delantero del suceso, con la fórmula de urgente, información y ampliación con la noticia en forma de crónica, era su trinomio preferido. Así laboró como reportero policiaco por varios años en los diarios Kansas City y Star. Había que ser el primero en llegar a los acontecimientos.

Para Hemingway cuando se escribe sobre algo que no se conoce lo que queda en la narración es un hueco. Hay que estar en el lugar de los hechos, remarcaba. Por ello se inscribió como chofer voluntario de la Cruz Roja para reportar desde Italia, la invasión durante la Primera Guerra Mundial, al dar inicio a su larga carrera como corresponsal de guerra.

Consideraba que la información debía de ser positiva con la eliminación de los calificativos que carezcan de significados concretos. Párrafos cortos y objetividad rigurosa constituye la única forma verdadera de contar una historia, decía. Para quienes laboraron junto al Dios de Bronce de la Literatura, el reportaje y la crónica, fueron los géneros periodísticos que más se ajustaban a su forma de escribir.

Cuando se visita el Museo Hemingway en Villa Vigía en las afueras de La Habana, quienes no conozcan a plenitud de la vida del escritor, pudieran pensar que fue un depredador de la naturaleza. Todo lo contrario, tenía ideas muy avanzadas para su época. Nunca capturó un pez que le hiciera mucha resistencia. Lo liberaba diciendo: te ganaste la vida. Consideraba que dar muerte a un león desde un vehículo, cuando el animal ni siquiera puede ver lo que lo ataca, no es solo ilegal, sino también un cobarde acto de asesinato contra una de las piezas de caza más hermosa, escribía desde Tanzania para Esquire en 1934.

Un pequeño accidente en bicicleta en San Francisco de Paula me dio la maravillosa oportunidad de conocer a los 10 años a Ernest Hemingway. Transitaba por la pendiente de la calle Vigía, cuando un carro negro salía por un portón y me precipité sobre el guardafango delantero izquierdo. El chofer de uniforme comenzó a requerirme.  Por el lado derecho descendió un hombre alto con pies de elefante, pantalón claro y camisa blanca. No es nada, dijo y me pasó su mano por la cabeza. Mi tío abuelo, Manuel Antonio Angulo, vivió colindante a Hemingway por años, tenían amistad con el escritor y Mary Welsh y mi descontrol ciclístico me valió una semana sin salir a jugar con los niños del barrio.

Fue un gran amigo de Cuba, criticó y se opuso a la dictadura de Fulgencio Batista. A pesar de las presiones estadounidenses, simpatizó con el triunfo de la Revolución Cubana. Creo en su necesidad histórica y sus amplios objetivos, afirmó durante un encuentro con Fidel en Barlovento en 1960, durante el torneo de pesca Hemingway.

Cuando le otorgan el Premio Nobel en 1954, dijo ser el primer cubano sato que lo recibía, lo dedicó a sus amigos pescadores de Cojimar y lo depositó en El Santuario del Cobre, a la virgen de la Caridad. En Finca Vigía era donde único podía escribir, decía, y regresaba a su remanso para redactar de pie sus grandes aventuras de guerras, pesca y caza. Se me olvidaba decir por qué era supersticioso: Para todos sus automóviles solicitaba tener el terminal 13 en sus matrículas, cambiaba la vista al pasar por hospitales y farmacias para no enfermarse, portaba una piedra negra pelona de río en sus bolsillos para la buena suerte y guardaba  los garabatos de la Ceiba de su jardín por considerar que esos palos de la Ciguaraya facilitaban tener más amigos.

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