Los periodistas, casi no nos damos cuenta, pero tenemos el privilegio de conocer a muchos de los grandes hombres que hacen la historia de la época en que vivimos.
A mi generación le tocó el honor de conocer a los principales jefes de la Revolución triunfante el primero de enero de 1959. Entre ellos hay uno que sobresale siempre en mi memoria. Se llamaba Ernesto Guevara de la Serna.
La primera vez que pude hablar personalmente con él fue en septiembre de 1959, cuando regresaba a La Habana al término de una gira que abarcó, entre otros países, la India, Indonesia, Egipto y Yugoslavia, en la que dialogó extensamente con cuatro de los fundadores del Movimiento de Países No Alineados, Nehru, Sukarno, Nasser y Tito.
De aquel encuentro en el aeropuerto de La Habana quedó para la historia, la mía personal, desde luego, una fotografía en la que estrecho la mano del comandante Guevara , la que mis padres colocaron en un marco y la situaron en la sala de su casa, para mostrarla orgullosos a las amistades que los visitaban.
El Che, como le llamaban desde la lucha en la Sierra Maestra, era realmente una figura legendaria para los jóvenes de mi generación. Hablar con él, aunque fuera un breve intercambio, resultó un gran momento en los inicios de mi carrera periodística.
Tiempo después de aquel encuentro, tuve oportunidad de asistir a una confrontación entre el humor criollo y el del Che, que representaba una mezcla de su estilo original porteño y el caribeño.
El encuentro del que fui testigo, junto con otros colegas, ocurrió en la antesala de la Presidencia del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), edificio que después es la sede del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
En el despacho presidencial se efectuaba aquel día una reunión a puertas cerradas encabezada por el entonces primer ministro, Fidel Castro Ruz.
En una sala contigua, los periodistas hacíamos la guardia reporteril esperando la información final del encuentro, cuando llegó el comandante Camilo Cienfuegos y al igual que nosotros se detuvo en la sala de espera.
De repente, se abrió la puerta y salió el Che para hablar con su compañero de la Sierra Maestra, quien como cordial saludo lanzó esta exclamación:
-¡Qué dice el Ché-vere!
La primera reacción del aludido fue responder con una sonrisa al jocoso saludo e inmediatamente dirigió la vista hacia el grupo de periodistas que fuimos testigos de aquel encuentro y, para decirlo con franqueza, a todos nos pareció que hacía esta advertencia: “Ustedes no se confundan, Camilo sí puede usar esa broma”.
Meses después, ya en 1960, me encargaron la tarea en el periódico “Revolución” de entrevistar al comandante Che Guevara, recién nombrado presidente del Banco Nacional de Cuba.
Como el tema de las reservas de divisas era obligado, ya que la dictadura batistiana había saqueado las arcas públicas, hice la pregunta y el entrevistado me respondió con otra pregunta:
¿Tú qué eres primero, revolucionario o periodista?
Medite la respuesta lo más rápido que pude, ya que nunca me había planteado ese dilema. En realidad, creía que ambas cosas marchaban juntas, pero ante la disyuntiva de optar, decidí por identificarme primero como revolucionario …
Y entonces el Che dio su respuesta con la siguiente reflexión:
Pues como periodista te diré que la situación de las divisas es muy “jodida”, y como revolucionario te digo que no debes publicar esta situación porque perjudica a nuestra economía.
Obviamente, la referencia sobre las divisas no se publicó.
Años después, en el desempeño de mi primera tarea internacional, me designaron como enviado de Prensa Latina a la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, la primera UNTAD, efectuada en Ginebra.
Al frente de la delegación de Cuba se encontraba el comandante Ernesto Che Guevara, entonces ministro de Industrias. La experiencia de aquella misión fue memorable para mi, porque en las tres semanas que trabajé junto al que luego sería el Guerrillero Heroico, pude conocer en sus diferentes facetas a uno de los dirigentes revolucionarios de mayor calidad humana del siglo XX.
En forma de anécdota recuerdo que en cierta ocasión me tocó ser “la base material de estudio”, como se decía entones, para que el Che lanzara uno de sus acostumbrados flechazos políticos.
El episodio transcurrió en la cafetería del “Palais de Nations” de la ciudad de Ginebra, donde el ministro se hallaba junto con otros integrantes de la delegación cubana. Me acerqué a la mesa y durante la conversación encendí un cigarro con una de las fosforeras a gas que acababan de salir al mercado.
Al ver el nuevo tipo de encendedor , al Che le llamó la atención y me preguntó detalles de su funcionamiento.
-¿Y cuando se acabe el gas?, indagó.
-Bueno, le respondí, creo que habrá que comprar otra…
La réplica no tardó en llegar:
-¡Qué fácil te sacan el dinero los capitalistas!
Tiempo después, debo decirlo, me sentí reivindicado cuando el ingenio de los revendedores resolvió el secreto de cómo rellenar las fosforeras a gas.
En Ginebra, desde el primer día de su llegada, le pedí al Che que me diera la primera entrevista sobre la Conferencia. El comandante aplazó varios días la conversación y cuando esperaba que se realizara, lo encontré en el “snack bar” del hotel Intercontinental en diálogo con el corresponsal de la agencia francesa de noticias Michel Turguy.
No tuve que hablar, fue el propio Che Guevara quien explicó que estaba desayunando en la pequeña cafetería cuando llegó el periodista francés que también le había pedido entrevistarlo y no tuvo otra alternativa que acceder al reportaje.
La explicación representaba, sin duda, la cortesía de un alto dirigente con un periodista, algo realmente admirable, pero lo que en verdad más me impresionó fue el gesto de pedir disculpa con la modestia de alguien que realmente deseaba que la primera entrevista fuese para el corresponsal cubano.
¡Así era el Che Guevara