A NUESTRA GRADUACIÓN LE FALTÓ EL PICO.

Era el primer grupo de futuros periodistas de la revolución, que finalizaban sus estudios en la antigua escuela Manuel Márquez Sterling, ubicada en el capitalino barrio del Vedado. Se manifestaba una doble motivación en nosotros, no solo por nuestro diplomado, sino, además, por el anuncio de que el acto de graduación se efectuaría en el Pico Turquino, en lo más elevado de la Sierra Maestra, junto al busto de nuestro apóstol José Martí.

Sin embargo, en estos momentos de alegría nuestro grupo formado por hombres y mujeres, no imaginamos cual sería el final de esta aventura por denominarlo de alguna forma.

Partimos en un tren desde la capital hacia Santiago de Cuba, encabezando el grupo el entonces director del centro, Euclides Vázquez Candela. Ya estando en la Ciudad Héroe se hicieron los arreglos para la subida con un experimentado guía, criado en los lomeríos donde se desarrolló la lucha armada.

Por el camino, antes de llegar a la base de la subida, obtuvimos unas instrucciones más que preocupantes, excitantes. El escalamiento se haría por el tramo conocido como la loma de los Rajaos, pienso no necesario traducir éste epíteto, aunque también se identificaba como la de los Cinco Picos. Esta segunda denominación se debía a que jóvenes reclutas de la Sierra Maestra subían esta peligrosa elevación, en igual ocasiones durante su entrenamiento militar.

El guía nos dio dos instrucciones muy precisas, la primera no mirar hacia abajo y sujetarse bien a los salientes y la segunda, apoyarse en una base segura antes de reiniciar al escalamiento.

La subida fue lenta, escabrosa y muy peligrosa. Se acordó que los hombres en mayoría escoltaran a nuestras compañeras subiendo a su lado y otros tras de ellas. Pasamos unos malos ratos, cuando hubo algún resbaladizo sin mayores consecuencias, gracias al aplomo y coraje de las futuras periodistas, un adelanto de su extirpe durante el ejercicio de su carrera profesional.

Finalmente con un esfuerzo sobrehumano y con la férrea voluntad de lograr la meta llegamos al campamento de los Cinco Picos, donde nos recibieron con alegría y me dio la impresión de un cierto reconocimiento por parte de estos muchachos y sus oficiales.

Fueron horas de reponer fuerzas y compartir con nuestros anfitriones, ante de iniciar la subida final temprano en la mañana. Nos habilitaron una carpas para pernoctar y nos entregaron unas mantas, porque había una temperatura bastante fría.

En horas tempranas de la mañana, observé un movimiento algo extraño en el campamento. Un recluta avisó a Euclides que el jefe del campamento lo llamaba urgentemente. Indudablemente algo estaba sucediendo y esto fue confirmado solo tiempo después, cuando nuestro director se reunió con nosotros para informarnos, que Cuba estaba siendo invadida por tropas mercenarias. –Me comuniqué con Santiago por la radio y la orden es regresar lo más rápido posible por nuestros medios.

La marcha en bajada se hizo por una estrecha carretera, ladeando la montaña por donde habíamos subido con unas galletas de sal, una latica de sardina y un pedazo de guayaba, suministrados en el campamento. Ya de nuevo en la base iniciamos una tortuosa marcha de unos 30 kilómetros, por imponentes parajes de la frondosa Sierra Maestra hasta llegar a un pueblito.

Un campesino nos transportó en un destartalado camión hasta Santiago. En horas de la noche en un tren semi apagado, con las cortinas de las ventanillas bajadas y fuertemente custodiado por militares armados, iniciamos el regreso a la Habana. Ya de regreso a casa todos nos incorporaríamos a las milicias o batallones de combate. A nuestra graduación le faltó el pico, pero la Patria nos convocaba.

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