No es la única estrella deportiva que ha perdido su luz. Sin embargo, la atleta estadounidense Marion Jones es la que más me duele. Me golpeó demasiado su imagen desde periódicos y noticieros de la televisión. Y no puedo olvidarla pese a los años pasados desde entonces.
Trémula; los ojos, lagunas perdidas, ubicadas, quizás, en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 cuando era una de las mujeres más felices del mundo. Rayo dorado en 100 y 200 metros planos. Enlaza también el premio máximo en salto largo y el bronce del relevo corto. Le cantaba al futuro desde la gloria.
La pequeña pantalla la sitúa en la sala de millones de hogares. Hay casas donde la conocen mejor que a un familiar lejano. Palpita en el pecho de muchísimas personas. Es espejo, sobre todo, para niñas y niños, adolescentes y jóvenes de todo el orbe.
Sus fotografías miran desde las publicaciones con cierta altivez y ocupan más espacio que las de políticos, artistas o científicos. Los textos sobre la campeona van mucho más allá de lo periodístico: navegan en ellos frases de novela o cercanas al verso; abundan los escritos de fondo, cualquier paso suyo conduce a informaciones.
Es la dicha misma hasta que la atrapan otras noticias, crónicas y artículos bien alejados de la poesía y la profundidad: La Jones se dopó… La velocista hizo trampa…Marion no merece sus preseas…
Lo juro: más que observarla, la siento devolver sus galardones. ¡Mucho de su vida se le escapa junto a estas medallas que entrega! Herida por la prensa amarilla y gris, por voces insensibles y superficiales: la abofetean como hicieron con el jamaiquino disfrazado de canadiense Ben Johnson, devorado por similar ilegalidad; como han hecho, hacen y harán con una enorme lista de pecadores.
Cierto, el dopaje es un pecado, mancha la deportividad y el olimpismo, que ya andan muy lesionados por la comercialización, los negociantes, el robo de músculos, la politiquería, los amaños en encuentros; tanto quehacer antihumano.
Y el doping es una rama de esas enfermedades contraídas desde un régimen que parte de bases económicas sintetizadas en el burdo tanto tienes, tanto vales.
Las lides del músculo no escapan de la maldad. El dopaje nació, se hincha, gana en fertilización, vibra en su ambiente en este mundo enfangado.
El caso Marion Jones no ha sido el primero ni el último desgraciadamente. Seamos justos. Ella ni Johnson ni tantos otros son los victimarios, aunque los maltraten así la inmensa mayoría de los funcionarios y periodistas: tienen parte de la culpa, merecen ser sancionados, pero son víctimas de una sociedad prostíbulo de la que no sale incólume la cultura física, en una sociedad donde se trata de imponer conceptual y prácticamente que el fin justifica los medios.
Cosecha principal entre los de abajo, la gente de los bolsillos vacíos, habitantes del llamado Tercer Mundo, negros, aborígenes y mestizos…; no encuentran ni transitan con facilidad el sendero que los conduzca a ser personas y la salve de la explotación y el hambre, la enajenación y la incultura, la mediocridad y la miseria.
Quieren dejar de vegetar, desean vivir, algo tan simple y tan complejo donde quiera. En el deporte y el arte observan puentes hacia la dicha, sin negar el amor sentido por ambas actividades.
Están los titiriteros. Ellos se quedan con la gran rebanada sin arriesgar un pelo: atraen, engañan, corrompen, todo lo que tocan lo convierten en deyección.
Los contendientes atléticos batallan por llegar, y si arriban, luchan por no perder la cúspide. No solo es el dinero: pesan también los reconocimientos, las primeras planas, la fama, no siempre juntada a la gloria. Recuerde la cínica frase ya citada: el fin justifica los medios, llevada a vía de hechos. Visión inmoral, error filosófico.
El olvido fustiga la fundamental función de la cultura física y de los ideales más puros de Pierre de Coubertin: la forja de un hombre y una mujer mejores en cuerpo y alma por encima de medallas, trofeos, récords y hasta el alto rendimiento.
Los negociantes del sector pagan a sus ¿científicos? para encontrar las drogas, los trucos propicios con el fin de desarrollar o alargar la carrera de sus mercancías musculosas. Una industria. Innegable que esta ignominia la han utilizado sistemas que no debieron siquiera pensarla, con equivocados objetivos propagandísticos.
Cuba siempre ha estado en contra y enfrentado dicho azote, pese a alguna falla cometida por alguien a espaldas de las autoridades y del movimiento deportivo.
Sor Juana Inés de la Cruz lo esclareció: el peor pecador es el que paga por pecar y no el que peca por la paga. Quien paga en la esfera señalada lo hace en busca de mayores ganancias, sin importarle la herida provocada en la ética y la salud de quien peca por la paga.
Necios son quienes acusan a Marion Jones y a quienes fallaron, sin verlos víctimas en medio del error, y no envían la ofensiva cardinal contra la raíz del mal citado y otros virus antideportivos, originados esencialmente en una sociedad indigna capaz de destruir incluso a quienes creyeron disfrutar de la felicidad.