Hablar en público es una habilidad y funciona como el resto de habilidades: mejora con la preparación y la práctica.
La mayoría de nosotros estamos de acuerdo con el fundador de Virgin, Richard Branson, cuando dice que “la comunicación es la habilidad más importante que cualquier líder puede poseer», pero a pesar de su indudable importancia, nadie nos enseña a mejorar nuestra comunicación oral. Parece que venimos de casa enseñados, pero no es así. Hablar en público es una habilidad y funciona como el resto de habilidades: mejora con la preparación y la práctica.
Aunque no partamos de unas buenas habilidades comunicativas, seamos tímidos y hablar ante desconocidos nos resulte una experiencia estresante, podemos aprender a ser oradores locuaces y a debatir coherentemente. Aquí tienes algunos consejos para conseguirlo:
Haz tuya la cita de Sócrates, “Todo el mundo es elocuente cuando habla de lo que sabe”, y empápate sobre el tema del que vayas a hablar. Cuanto más domines el tema, más confianza tendrás para controlar los nervios e improvisar si fuera necesario.
Para mejorar hay que practicar. Puedes leer en voz alta frente a un espejo pero no basta con ensayar cuando estamos solos, es importante que otras personas observen cómo te desenvuelves y cuáles son los aspectos que tienes que mejorar.
Para hablar correctamente no hace falta utilizar un vocabulario rebuscado ni complicado. Sé tú mismo, muéstrate cercano y transmite confianza. Como decía Leonardo da Vinci,“La simplicidad es la mayor sofisticación”.
Intenta, desde el principio, captar la atención arrancando con fuerza. Tener a los interlocutores interesados desde el principio te facilitará la concentración y te dará seguridad en ti mismo. Hay varias fórmulas para lograr ese interés, desde contar una anécdota hasta hacer una pregunta retórica para hilar con tu discurso, pero lo más importante es no iniciar con conceptos difíciles de entender o interrelacionar. Lo mismo sucede con el cierre. Deben ser unos 30 segundos capaces de resumir lo dicho. Así conseguirás que los oyentes retengan los conceptos clave.
Mejor hablar despacio que demasiado rápido. Es habitual que las primeras veces que hablamos en público lo hagamos más deprisa de lo normal. El motivo es sencillo, estamos deseando terminar. Al hablar con un buen ritmo ayudas a que los demás te escuchen correctamente y te entiendan, así que intenta mantener un ritmo entre 120-150 palabras por minuto.
No tengas miedo a los silencios. Al comenzar tu intervención, si dejas transcurrir un par de segundos proyectarás seguridad y captarás la atención. Aunque ese silencio te parezca una eternidad, no lo es.
No te esfuerces por hablar alto pensando que así te van a entender mejor. En nuestro entorno solemos hablar demasiado alto y eso no ayuda a crear un ambiente relajado. Además, al gritar se pierde mucho oxígeno y dificulta enunciar frases completas.
Cuida tus gestos y posturas. Transmite una imagen relajada pero firme. La postura de la espada, junto con la de los hombros, es fundamental, pero no solo eso, cuida también la posición de tu barbilla. Al levantarla respirarás mejor y las palabras saldrán de tu garganta sin trabas.
Utiliza la comunicación no verbal para enfatizar las ideas, pero siempre intenta mantener la naturalidad. Si no sabes qué hacer con las manos, déjalas quietas y evita los movimientos repetitivos como rascarte la cara o tocar la ropa. Los gestos nerviosos llaman la atención de tus interlocutores y deslucen tu discurso.
Atender a los demás es fundamental para ver sus reacciones y adecuar el mensaje si es necesario. Mantén el contacto visual con tu audiencia y no desconectes. Si conoces algunos nombres, interactúa con ellos. Cuanto más partícipe hagas al público, menos posibilidades tendrán de aburrirse.